domingo, 7 de diciembre de 2014

Liniers y la Perichona o las relaciones peligrosas

 La historia y la honra del marino que rechazó las Invasiones Inglesas y fue el virrey más popular de la Colonia, hubo luces propias y sombras injustas. Pero también tuvo habladurías ciertas en torno de una pasión con nuestra Mata-Hari criolla



Por Alvaro Abos

     Santiago de Liniers, militar francés que combatió en el agitado escenario de la Europa de fines del siglo XVIII, había nacido en Niort, en el oeste de Francia, en 1753; y si sus antepasados ya pertenecían dos siglos antes a la Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, a Santiago le tocó una fortuna familiar menguada. Liniers fue teniente de caballería y luego marino; guerreó contra moros, ingleses, portugueses, en lugares como Menorca, Argel, Gibraltar o Santa Catalina (Brasil), y su nombre permaneció relativamente desconocido hasta la edad de 53 años, en que la historia lo tocó en el hombro, en una colonia española situada a dos mil leguas de su suelo natal.
Tras dedicarse a trabajos hidrográficos en España -país que era satélite de Francia y para cuya bandera había combatido Liniers, como otros oficiales franceses-, en 1788 le ofrecieron empleo como jefe de escuadrilla en el Río de la Plata. Vegetó en estas tranquilas colonias españolas a lo largo de casi veinte años.
      Una vida es una trama complicada y en ella el destino juega a las escondidas. Mientras Liniers dormía la prolongada siesta colonial, su preocupación era que le llegase el sueldo de España. Había enviudado de Julia de Menviel, con la que se casó en Málaga, y en Buenos Aires se había vuelto a casar con la hija de Manuel Sarratea, gerente de la Compañía de Filipinas, y volvió a quedar viudo, tras pasar unos años en Misiones. Pero la historia tenía planes que llevarían a Liniers, en cuatro vertiginosos años, desde el anonimato hasta la muerte, pasando por el poder.
En el combate de Trafalgar (1805), la armada inglesa al mando del almirante Nelson había destruido a la flota franco-española, quedando Gran Bretaña dueña de los mares, en el mismo momento en que los ejércitos de Napoleón Bonaparte triunfaban en Europa. El imperio inglés codiciaba las colonias españolas en América, cuya importancia no desconocían los europeos: Montesquieu (1689-1775), inspirador de la Revolución Francesa, escribió en El espíritu de las leyes que "las Indias son lo principal, España es accesoria".
      La noche del 24 de junio de 1806 la Casa de Comedias, en la actual esquina de Reconquista y Cangallo, estaba colmada. Se estrenaba una comedia de título picante: El sí de las niñas , de Moratín. Presidía la función el virrey Sobremonte con su familia, y fue muy comentado el hecho de que un mensajero, en mitad de la representación, le entregara una esquela, tras lo cual el virrey salió con prisa. ¡Una expedición inglesa había desembarcado en Quilmes! Corrían rumores hacía tiempo.
Buenos Aires, en 1806, tenía 40.000 habitantes y en sus calles la pampa entraba en la ciudad. El puñado de manzanas junto al río se extendía alrededor de la Plaza Mayor, hoy Plaza de Mayo. Con las primeras lluvias, la ciudad se inundaba y en la calle de las Torres, luego Federación y después Rivadavia, se apostaban centinelas para impedir que caballos y personas se ahogaran.
La protofeminista Mariquita Sánchez, testigo de varias décadas de vida porteña, describió así la entrada de los ingleses en la ciudad, al frente de los cuales iba el Regimiento 71 y el general invasor Guillermo Carr Beresford: "... Todo el mundo estaba aturdido mirando a los lindos enemigos y llorando por ver que eran judíos y que perdiera el rey de España esta joya de su corona. Nadie lloraba por sí, sino por el Rey y la Religión".
Había llegado la hora de Liniers.
      Al frente de una expedición de mil soldados que salió de Montevideo, Liniers reconquistó Buenos Aires y, en esa lucha, quedaron quinientas bajas entre uno y otro bando. Beresford -de quien Vicente Fidel López cuenta que "tenía en la mirada toda la malicia que tiene el ojo de un bizco"- y los demás oficiales ingleses, que habían atacado la capital del Virreinato y no Montevideo al enterarse de que en las arcas de Buenos Aires había un millón de dólares, quedaron detenidos.
Esa victoria, y luego la defensa que Liniers organizó en 1807 ante el ataque de otra expedición inglesa mucho más numerosa y mejor armada, se debió a su talento y energía para improvisar un ejército nacional, y a la participación del vecindario, que él supo convocar. Tras la reconquista, Liniers había desfilado entre las aclamaciones de la multitud: alto y apuesto, el maduro francés saludaba a las mujeres apiñadas en los balcones y azoteas. Fue entonces, cuentan, que cayó a los pies de Liniers un diminuto pañuelo de encaje. Lo había arrojado Ana Périchon, que así entra en esta historia. ¿Quién era esa mujer que, según el poeta y novelista Enrique Molina, tendía sus senos al héroe, "llenos de un agua densa en la que flotaban naranjas"? Ana María Périchon de Vandeuil, la Gitana de las Islas.
      A comienzos del siglo la llegada de una familia francesa creó expectativa en Buenos Aires: estaba integrada por el acaudalado comerciante Jean Baptiste Périchon de Vandeuil, su esposa, tres hijos varones y una bella muchacha de unos 22 años, nacida en Isla Mauricio, colonia francesa del océano Indico. 

 Ana Perichon "la perichona" (1775-1847)

     La Périchon estaba casada con un irlandés, un tal Thomas O´Gorman. Mientras el esposo viajaba por América, en dudosas misiones comerciales, Ana Périchon tuvo una agitada vida social, erótica, política. Fue espía de los británicos, de los portugueses o de los franceses, (de los patriotas, o de todos a la vez), protectora de contrabandistas y gestora de negocios turbios, tanto en Buenos Aires como en Brasil. Su affaire con Liniers, virrey desde 1807, fue considerado intolerable por los enemigos del gobernante, pero glosado con regocijo por los autores de coplas populares. ¿Qué es aquello que relumbra, por la calle de la Merced? Era el mentado pañuelo.
Se la llamó la Perichona porque estaba fresca la celebridad de la Perricholi, apócope hiriente de perra y chola , como se le decía a una criolla cuyos amores con el virrey del Perú Manuel de Amat y Juniet habían conmovido a Lima unos años antes. También fue conocida la Perichona como la Madama, la Maga, y mucho después como la Mata-Hari de América. En los encuentros íntimos con el virrey, ella vestía guerrera militar sobre la piel y gorra de coronela. Se non é vero...
      La Perichona convivió con Liniers en la casa que tenía en Reconquista y Corrientes, lugar de reunión de notables y donde se traficaba con ascensos, empleos públicos, sobornos. La opinión de la sociedad sobre los amantes no mejoró cuando una de las hijas del virrey, Carmen Liniers y Sarratea, se casó con el hermano menor de la Perichona, Juan Bautista Périchon y Abeille. Desde Montevideo, el gobernador Francisco Javier Elío le escribe a Liniers, su rival: "Cuide su conducta licenciosa, que su casa tiene techo de vidrio". El comerciante Martín de Alzaga, que fue alcalde, tampoco se privaba de moralizar: "La amistad del virrey con esa mujer es el escándalo del pueblo..." Ambos acusaron a Liniers de traidor y de estar ligado a Napoleón. Años después, Alzaga fue fusilado en la Plaza Mayor de Buenos Aires y a Elío le dieron garrote vil durante las guerras civiles españolas.
      Ana Périchon fue desterrada cuando se hizo evidente que espiaba para los ingleses, y debió instalarse en Río de Janeiro. Enrique Molina, que al no ser historiador sino novelista está en buenas condiciones para atrapar la esquiva verdad, se pregunta: "¿Temió Liniers perder su cargo con aquella aventura o demasiado seguro de sí... tuvo miedo de pronto? Jamás lo sabremos". En Río, la casa de Ana se convirtió en refugio de argentinos exiliados y en centro de intrigas alrededor de la corte de los Braganza, parodia tropical de los absolutismos europeos. Dicen que la Perichona provocó los celos de la infanta Carlota Joaquina (luego volveré sobre este personaje), fue expulsada de Río, y durante un año viajó entre ambas ciudades, en los siempre acogedores barcos ingleses. En 1810, dirigió una nota a la Audiencia de Buenos Aires quejándose por "el deshonor de verse arrojada de un Pueblo en el que tuvo siempre un distinguido rango..."
      Durante la época de Rosas, Ana Périchon volvió a adquirir influencias debido a las buenas relaciones de sus hijos con el régimen. Murió en 1847, a los 72 años. En 1848, su nieta Camila O´Gorman fue fusilada, grávida, por amar al cura Ladislao Gutiérrez.
 
 Santiago de Liniers y Brémond (Poitiers, Francia 1753 - 1810 Córdoba, Argentina)
 
     La biografía de Liniers está atravesada por historias de espionaje, contrabando, traición, fraude. Su hermano mayor, Enrique de Liniers, que usaba el título de Conde de Liniers (no debe confundírselo con Santiago, nombrado conde de Buenos Aires), pertenecía a la Corte de Versalles y solía viajar en la carroza del rey por lo que, para salvar la cabeza, huyó al Río de la Plata al estallar la revolución.  Los hermanos Liniers alquilaban a Isidro Lorea la llamada quinta de Liniers , en la que Enrique instaló una real fábrica de carnes en conserva, que tuvo un abrupto final. ¿Por qué se produjo el cierre? Paul Groussac, biógrafo del virrey, tras registrar minuciosamente los hechos de esa vida, considera a Liniers moralmente "irreprochable" pese a admitir "imprevisiones y ligerezas". Pero fulmina al hermano mayor como "gran buscavidas, mucho menos ingenuo que su hermano".
      Cuando los ingleses se apoderaron de Buenos Aires, y mientras Liniers preparaba la reconquista, Sobremonte partió para Córdoba en una huida poco digna y se llevó el tesoro que sólo llegó hasta Luján, donde fue confiscado por una partida de soldados ingleses, el 30 de julio de 1806. Beresford lo remitió de inmediato a Londres, pero parece que los cofres llegaron menguados. ¿Quién metió mano? ¿Algunos centinelas, el Consistorio de Luján o ciertos oficiales ingleses? ¿Quién? Luego, Sobremonte fue reivindicado por otros historiadores, pero su fuga con el tesoro se convirtió en una leyenda argentina, de tono vergonzante. En 1938, Viernes Scardulla, timador célebre, anunció que había descubierto el tesoro de Sobremonte en un sótano de Venado Tuerto: era un engaño para esquilmar crédulos, pidiendo anticipos sobre la recompensa. Nadie dudó de la verosimilitud del cuento.
      En 1810, un grupo de españoles que acompañaba a Liniers en Córdoba trataba de alcanzar al ejército realista del Alto Perú para reprimir el foco sedicioso porteño. Se denunció entonces que se habían llevado unos cuarenta mil pesos de las cajas públicas para comprar soldados (que sin embargo se pasaban al bando patriota), por lo que el grupo fue acusado de desfalco. Groussac, historiador escrupuloso, advierte que Liniers tuvo muchos enemigos y que algunas o todas las acusaciones que lo salpicaron pueden ser infundios.
      Cuando los granaderos napoleónicos del mariscal Junot estaban a las puertas de Lisboa (1808), la familia real portuguesa escapó a Brasil. Se embarcaron en más de treinta naves la reina madre María, demente; el regente don Juan; su esposa española Carlota Joaquina, y los seis hijos, además de cortesanos, dignatarios y hasta palafreneros, todos custodiados por la flota inglesa (Gran Bretaña protegía a su tradicional aliado portugués). En total, quince mil portugueses participaron de aquella aventura surrealista. La huida fue tan precipitada que los Braganza dejaron hasta la ropa y, al llegar a San Salvador de Bahía (luego se instalaron en Río de Janeiro), tuvieron que ser rapados por los piojos que habían criado. La reina madre fue desembarcada en una silla, profiriendo horribles alaridos.
Brasil, donde don Juan se proclamó, en 1816, como rey de Portugal y Brasil, los recibió con entusiasmo. En 1822, el hijo de don Juan y Carlota, don Pedro I, declaró la independencia del Imperio. Don Pedro II gobernó hasta que el país se cansó de los Braganza, que habían mantenido la unidad del inmenso territorio. Brasil fue el último país del continente que abolió la esclavitud, en 1888, y al año siguiente se proclamó la república.
      La presencia de la corte en Brasil, en 1808, provocó múltiples efectos en el Río de la Plata; entre otros, instaló un dinámico foco de penetración inglesa en el continente. Ana Périchon tuvo relaciones con lord Strangford, embajador de Londres y con un espía que anduvo también por Buenos Aires, mister James Burke. Carlota era la hermana mayor de Fernando VII y alimentaba aspiraciones dinásticas hacia el reino de España y las colonias. Aceptar a Carlota como reina fue una posibilidad en la que por algún tiempo creyeron argentinos como Pueyrredón, Paso, Castelli o Belgrano, para no hablar de Saturnino Rodríguez Peña o Aniceto Padilla, agentes de los ingleses. En un café de la carioca Rua do Ouvidor solían reunirse los expatriados.
      Mientras que Napoleon llegó a la jefatura del ejército de Italia -prólogo de la conquista del poder- por influencia de su amante Josephine Beauharnais, Liniers entibió su viudez en los brazos de Ana Périchon, que contaba lo que oía en las alcobas al Foreign Office. También la reina de España, María Luisa, esposa de Carlos IV, llevó al poder a su amante, el ex guardia Manuel Godoy, llamado el choricero de Badajoz ; y su hija, Carlota Joaquina, en los calores de Río se hizo más aficionada que la madre a este tipo de alegrías, dejando que don Juan se atiborrase de frango (pollo). ¡Cherchez la femme!
     La figura de Liniers está estrechamente ligada a la fundación de la Argentina y a un trecho decisivo en la historia de España.
      Lo que sucedió en el virreinato del Río de la Plata en aquellos tiempos puede verse como una sucesión de malentendidos provocados por la dificultad en las comunicaciones. Un barco que salía de Barcelona, Cádiz o Gibraltar tardaba entre 70 y 90 días en llegar al Río de la Plata, si no era capturado por naves enemigas o piratas. Siendo la situación española tan confusa y vertiginosa, imagine el lector cómo sería esa situación percibida desde esta tierra, supeditada a gacetas y cartas que cuando eran leídas ya eran viejas.
      A Fernando VII se lo llamaba el Deseado. Los españoles de distintas creencias esperaron todo de él. A todos defraudó. Terminó lamiendo la mano de Napoleón, que lo tuvo seis años preso en un castillo del Loire. Napoleón fue, hasta 1808, personaje idolatrado en España, por encarnar el espíritu de la modernidad contra el absolutismo y la reacción.
Luego, fue receptor de odios no menos tormentosos. Liniers, por francés, fue siempre sospechado de traición hacia el Corso, y lo cierto es que el virrey lo admiraba, y le envió correspondencia (pero nunca clandestina) dándole cuenta de sus triunfos militares y de la popularidad que en la colonia había conseguido aquel francés . Sin embargo, la lealtad central de Liniers fue hacia la corona de España, a la que sirvió treinta años. Se negó a convalidar la destitución del virrey Cisneros y su sustitución por una junta. Cuando Mariano Moreno y sus amigos decidieron subvertir el orden colonial (pero como "vasallos del mismo rey"), Liniers no los siguió y fue sacrificado. La muerte de Liniers, muerte de un inocente, fue necesaria para que la planta frágil de la revolución creciera, pero, ¿pueden ser libres los pueblos que no saben ser justos (Sièyes)? En un cierto y cruel sentido, Liniers salvó a Buenos Aires por segunda vez.
      Santiago de Liniers fue apresado en un rancho de Córdoba junto a cinco partidarios que lo seguían rumbo al Alto Perú. La Junta de Buenos Aires ordenó que fueran ejecutados. El oficial que arrestó a Liniers (luego procesado), lo torturó y le robó efectos personales. Juan José Castelli, miembro de la Junta, comandó personalmente la ejecución porque el coronel Francisco Ortiz de Ocampo, a cargo de las tropas revolucionarias, y otro comisionado de la Junta, Hipólito Vieytes, se negaron a cumplir la orden:
      Liniers era muy respetado también en Córdoba. Hasta último momento, el ex virrey confió en que su popularidad lo salvaría.
      El fusilamiento de Liniers, prisionero de guerra ejecutado sin juicio, fue inspirado por el secretario de la Junta, Mariano Moreno, y se cumplió en un paraje llamado Monte de los Papagayos, a dos leguas de Cabeza del Tigre, a las dos y media de la tarde del 26 de agosto de 1810. Los cadáveres, cargados en carretillas, fueron arrojados en una fosa abierta en la tierra.
Cuenta la leyenda que las iniciales de sus apellidos fueron escritas en un árbol del lugar, formando la palabra CLAMOR (junto a Liniers habían sido detenidos Concha, gobernador; Allende, coronel; Rodríguez, asesor; Moreno, tesorero, y Orellana, obispo, al que, a último momento, le conmutaron la pena).
      Allí yacieron, de manera anónima, durante 51 años, hasta que se los descubrió por casualidad, y fueron devueltos a los familiares durante la presidencia de Santiago Derqui.
      Los restos del amado salvador de Buenos Aires y de los cinco fusilados de Cabeza del Tigre, viajaron a España en el bergantín Gravina, para ser enterrados en el Panteón de los Marinos Ilustres de San Carlos, Cádiz, bajo una leyenda que dice: "Juntos en la gloria como lo fueron en el infortunio".


Fuente:  http://www.lanacion.com.ar/211136-liniers-y-la-perichona-o-las-relaciones-peligrosas

miércoles, 22 de octubre de 2014

El triste y solitario final de "Tata Dios"

Por Martín Glade Para LA NACION 

TANDIL.- Eran las épocas en las que la patria todavía se terminaba de "cocinar a baño María". Y en las pampas más aún. En un principio de año de 1872, un grupo de criollos, al grito de "viva la religión, mueran los gringos y masones", asesinó sanguinariamente en Tandil a una treintena de personas, en un caso que conmocionó al país.
Otros ingredientes: la sospecha de que todo estuvo orquestado por adinerados y el asesinato del principal acusado de instigar la masacre, el médico "sanador" o curandero Gerónimo de Solané, bautizado "Tata Dios", ocurrido mientras estaba preso, aparentemente con la vista gorda de las autoridades. Todos condimentos de un caso en el que, todavía, no existe una única verdad. Una vez conocida la historia, es imposible no trasladarse imaginariamente a aquellos días ante los recuerdos que hoy permanecen dentro de las paredes del Museo Tradicionalista del Fuerte Independencia.
Aquel 1° de enero de 1872, y en aquel pueblo de poco más de 5000 personas, un grupo de gente de campo, hasta el momento con fama de apacible, tomó por asalto la sede del Juzgado de Paz local y tomó las armas de fuego que ahí había. En sus brazos llevaban una divisa rojo punzó (símbolo de los seguidores de Juan Manuel de Rosas). Y de inmediato, cumplieron con su salvaje proclama: a las pocas cuadras, atacaron a Santiago Imberti, un italiano que tocaba el órgano. En poco tiempo, todo fue terror. Primero fueron dos vascos que esperaban en una carreta para ingresar a la ciudad. Luego unos cuantos ingleses. Sin embargo, el golpe mayor lo dieron en el almacén de la familia Chapar, ubicado en De la Canal, donde asesinaron a 17 personas.
En medio del saqueo generalizado del lugar, sorprendió la destrucción del libro contable del almacenero, por entonces un documento público. Esto hizo sospechar que algunos de sus deudores, entre los que se contaba a buena parte de la sociedad tradicional, eran los instigadores del crimen. 


 

La revancha

Gracias a una fuerza policial apoyada por vecinos armados, el grupo fue apresado. Allí, comenzó "la revancha". En medio de un enfrentamiento que para muchos fue sólo un fusilamiento, varios de los asesinos, entre ellos su líder, Jacinto Pérez, murieron. Algunos lograron escapar. Sólo una veintena fueron detenidos. Muchos no se conocían entre sí, aseguraron actuar por órdenes del "médico Dios".
Todos fueron llevados a un calabozo, donde poco antes había sido trasladado Tata Dios, que siempre negó su participación en los hechos y había sido apresado en la estancia "La Argentina", donde ejercía la "medicina". Pero, ¿quién fue Gerónimo de Solané, alias "Tata Dios"? Había llegado a Tantil de la mano del estanciero Ramón Gómez, que lo convocó para curar las severas jaquecas de su esposa, Rufina Pérez.
Definido como canoso, y de larga barba blanca, pese a contar con entre 45 y 50 años, Solané, tras ganar la confianza de Gómez, instaló un centro de curaciones en el puesto La Rufina de la estancia. Para sus detractores, sus "poderes milagrosos y adivinatorios" sólo surgían de una avivada: escondido tras una tela escuchaba lo que los pacientes le relataban a su secretario. Para sus seguidores, que lo adoraban como a un profeta, podía todo lo que no alcanzaba la medicina tradicional. Pero nunca nadie escuchó de su boca una proclama que instara a semejante masacre. Siempre, en cambio, Jacinto Pérez hizo referencia a que encabezó el grupo armado porque el curandero lo había mandado con proclamas apocalípticas. Pero Solané no llegó al juicio. En la madrugada del 6 de enero, murió baleado desde una pequeña ventana en el calabozo en el que estaba custodiado por guardias y civiles armados. Su manta pampa, agujereada por algunos de los nueve impactos de bala que recibió, hoy se conserva en el Museo del Fuerte junto con el sumario de todas las actuaciones judiciales. Su entierro es otro de los grandes secretos de la aldea, pese a que, en base a distintos testimonios, se cree que fue sepultado en las puertas del viejo cementerio municipal, bajo la actual Plaza Moreno, para que fuese pisoteado por quienes llegaran al lugar, y de pie, para que no descansase en paz. 

 
 Gerónimo de Solané, autoproclamado salvador de la humanidad, 
desató una tragedia aún recordada en la zona. Con su prédica mesiánica 
exacerbó el odio contra los inmigrantes. Al amanecer del primer día de 1872, 
treinta y seis personas fueron víctimas de su fanatismo.

 Ajusticiado Solané, la situación se descomprimió un tanto, y tras un juicio con muchas falencias procesales que dejó líneas de investigación sin tratar, tres de los reos fueron condenados a muerte. Sólo dos, Cruz Gutiérrez y Esteban Lasarte fueron fusilados en la plaza principal, porque el restante, Juan Villalba, murió en su celda. Los restantes, fueron liberados o condenados a penas de hasta 15 años de cárcel. Pese a que el caso estuvo formalmente cerrado, en la ciudad de hoy persisten todavía muchos interrogantes sobre lo ocurrido en aquel pueblo. 

sábado, 18 de octubre de 2014

La Guerra de la Triple Alianza

Autor: Felipe Pigna
La guerra que enfrentó a la Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay, entre 1865 y 1870, respondió más a los intereses británicos y de acabar con un modelo autónomo de desarrollo como el paraguayo, que podía devenir en un "mal ejemplo" para el resto de América latina, que a los objetivos de unificación nacional y defensa del territorio proclamados por sus promotores.
El conflicto que terminó por enfrentar al Paraguay con la Triple Alianza, formada por Argentina, Brasil y Uruguay, tuvo su origen en 1863, cuando el Uruguay fue invadido por un grupo de liberales uruguayos comandados por el general Venancio Flores, quienes derrocaron al gobierno blanco, de tendencia federal y único aliado del Paraguay en la región.
La invasión había sido preparada en Buenos Aires con el visto bueno del presidente Bartolomé Mitre y el apoyo de la armada brasileña. El Paraguay intervino en defensa del gobierno depuesto y le declaró la guerra al Brasil.
El gobierno de Mitre se había declarado neutral pero no permitió el paso por Corrientes de las tropas comandadas por el gobernante paraguayo, Francisco Solano López. Esto llevó a López a declarar la guerra también a la Argentina.

Escena de la Guerra del Paraguay. Autor: Cándido López (pintor y ex-combatiente de la Guerra de la Triple Alianza). Museo de Bellas Artes. Argentina 


   Brasil, la Argentina y el nuevo gobierno uruguayo firmaron en mayo de 1865 el Tratado de la Triple Alianza, en el que se fijaban los objetivos de la guerra y las condiciones de rendición que se le impondrían al Paraguay. Hasta 1865 el gobierno paraguayo, bajo los gobiernos de Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano López, construyó astilleros, fábricas metalúrgicas, ferrocarriles y líneas telegráficas. La mayor parte de las tierras pertenecía al Estado, que ejercía además una especie de monopolio de la comercialización en el exterior de sus dos principales productos: la yerba y el tabaco. El Paraguay era la única nación de América Latina que no tenía deuda externa porque le bastaban sus recursos.
 Francisco Solano López Carrillo ( 1827 –  1870) segundo presidente 
constitucional de la República del Paraguay entre 1862 y 1870. 
Se desempeñó como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, 
presidente y jefe supremo de la nación paraguaya durante la Guerra de la Triple Alianza. 
 Sucedió como presidente a su padre Carlos Antonio López, 
que le había dejado a su hijo una nación próspera.

Decía Alberdi: "Si es verdad que la civilización de este siglo tiene por emblemas las líneas de navegación por vapor, los telégrafos eléctricos, las fundiciones de metales, los astilleros y arsenales, los ferrocarriles, etc., los nuevos misioneros de civilización salidos de Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, etc., etc., no sólo no tienen en su hogar esas piezas de civilización para llevar al Paraguay, sino que irían a conocerlas de vista por la primera vez en su vida en el ‘país salvaje’ de su cruzada civilizadora" 1.
La impopularidad de la Guerra de la Triple Alianza, sumada a los tradicionales conflictos generados por la hegemonía porteña, provocó levantamientos en Mendoza, San Juan, La Rioja y San Luis.
El caudillo catamarqueño Felipe Varela lanzó una proclama llamando a la rebelión y a no participar en una guerra fratricida diciendo: "Ser porteño es ser ciudadano exclusivista y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la política del gobierno de Mitre. Soldados Federales, nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la amistad con el Paraguay y la unión con las demás repúblicas americanas" 2.
A pesar de contar con un importante apoyo popular, Varela fue derrotado por las fuerzas nacionales en 1867. Como decía la zamba de Vargas, nada podían hacer las lanzas contra los modernos fusiles de Buenos Aires.
La participación argentina en la guerra respondía también al interés del gobierno en imposibilitar una posible alianza entre las provincias litorales y el Paraguay.
La guerra era para los paraguayos una causa nacional. Todo el pueblo participaba activamente de una guerra defensiva. Los soldados de la Triple Alianza peleaban por plata o por obligación. Esto llevó a los paraguayos a concretar verdaderas hazañas militares, como el triunfo de Curupaytí, donde contando con un armamento claramente inferior, tuvieron sólo 50 muertos frente a los 9.000 de los aliados, entre ellos Dominguito, el hijo de Domingo Faustino Sarmiento.
Decía La Nación, el diario de Mitre, decía: "Algunos miopes creen que el fanatismo de los paraguayos es el temor que tienen al déspota (Solano López) y explican su servilismo por el sistema rígido con que son tratados. Soy de diferente opinión: ¿cómo me explica usted que esos prisioneros de Yatay, bien tratados por los nuestros y abundando en todo, se nos huyan tan pronto se les presenta la ocasión para ir masivamente a engrosar las filas de su antiguo verdugo?" 3
Mitre trataba de explicar las dificultades de la guerra echándole la culpa a la creciente oposición interna: "¿Quién no sabe que los traidores alentaron al Paraguay a declararnos la guerra? Si la mitad de la prensa no hubiera traicionado la causa nacional armándose a favor del enemigo, si Entre Ríos no se hubiese sublevado dos veces, si casi todos los contingentes de las provincias no se hubieran sublevado al venir a cumplir con su deber, si una opinión simpática al enemigo extraño no hubiese alentado a la traición ¿quién duda que la guerra estaría terminada ya?"4
En nuestro país, la oposición a la guerra se manifestaba de las maneras más diversas, entre ellas, la actitud de los trabajadores correntinos, que se negaron a construir embarcaciones para las tropas aliadas y en la prédica de pensadores que, como Juan Bautista Alberdi y José Hernández, el autor del Martín Fierro, apoyaban al Paraguay.
En 1870, durante la presidencia de Sarmiento las tropas aliadas lograron tomar Asunción poniendo fin a la guerra. El Paraguay había quedado destrozado, diezmada su población y arrasado su territorio.
Mitre había hecho un pronóstico demasiado optimista sobre la guerra: "En veinticuatro horas en los cuarteles, en quince días en campaña, en tres meses en la Asunción" 5.
Pero lo cierto es que la guerra duró casi cinco años, le costó al país más de 500 millones de pesos y 50.000 muertos. Sin embargo, benefició a comerciantes y ganaderos porteños y entrerrianos cercanos al poder, que hicieron grandes negocios abasteciendo a las tropas aliadas.
El general Mitre declaró: "En la guerra del Paraguay ha triunfado no sólo la República Argentina sino también los grandes principios del libre cambio (...) Cuando nuestros guerreros vuelvan de su campaña, podrá el comercio ver inscripto en sus banderas victoriosas los grandes principios que los apóstoles del libre cambio han proclamado" 6.
Por el tratado de la Triple Alianza, se establecía que los aliados respetarían la integridad territorial del Paraguay. Terminada la guerra, los ministros diplomáticos de los tres países se reunieron en Buenos Aires. El ministro de Relaciones Exteriores de Sarmiento, Mariano Varela expresó: "La victoria no da a las naciones aliadas derecho para que declaren, entre sí, como límites suyos los que el tratado determina. Esos límites deben ser discutidos con el gobierno que exista en el Paraguay y su fijación será hecha en los tratados que se celebren, después de exhibidos, por las partes contratantes, los títulos en que cada una apoya sus derechos". 7
El embajador del Brasil en Argentina, Barón de Cotepige, negoció separadamente con el Paraguay tratados de límites, de paz, de comercio y navegación. Esto provocó el enojo de la Argentina, que decidió enviar a Río una misión diplomática encabezada por Mitre. Al ser recibido por el ministro brasileño, dijo el delegado: "Me es grato hacer los más sinceros votos por la prosperidad y el engrandecimiento de la Gran Nación Brasileña, unida a la Argentina, sin olvidar la República Oriental del Uruguay, y por la gloria y sacrificios comunes de dos décadas memorables de lucha contra dos bárbaras tiranías que eran el oprobio de la humanidad y un peligro para la paz y la libertad de estas naciones".8
Lo cierto es que Brasil sí pensaba que la victoria daba derechos: saqueó Asunción, instaló un gobierno adicto y se quedó con importantes porciones del territorio paraguayo.
El regreso de las tropas trajo a Buenos Aires, en 1871, una terrible epidemia de fiebre amarilla contraída por los soldados en la guerra. La peste dejó un saldo de trece mil muertos e hizo emigrar a las familias oligárquicas hacia el Norte de la ciudad, abandonando sus amplias casonas de la zona Sur. Sus casas desocupadas fueron transformadas en conventillos.


Referencias:
1 Milcíades Peña, La era de Mitre. De Caseros a la Triple Infamia, Buenos Aires, Fichas, 1972, págs. 56-57.
2 Norberto Galasso, Felipe Varela: un caudillo latinoamericano, Editorial del Noroeste 1975, pág 50.
3 Milcíades Peña, Op. cit., págs. 80-81.
4 Milcíades Peña,Op. cit., pág. 92.
5 Miguel Ángel de Marco, La guerra del Paraguay, Buenos Aires, Planeta, 2003, pág. 39.
6 Bartolomé Mitre, Arengas, Buenos Aires, Librería de Mayo, 1889.
7 Andrés Cisneros y Carlos Escudé, Historia general de las relaciones exteriores de la República Argentina, Tomo VI, Buenos Aires, Comité Argentino de Relaciones Internacionales-Grupo Editor Latinoamericano, 1999.
8 Archivo del general Mitre, Buenos Aires, Biblioteca de la Nación, 1911.

Fuente:http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/organizacion_nacional/guerra_de_la_triple_alianza.php

lunes, 10 de febrero de 2014

Revolución financiada


 Miguel Wiñazki. DE LA REDACCION DE CLARIN.

 El 25 de Mayo fue financiado. Quienes lo hicieron eran prósperos hombres de negocios. Criollos e ingleses conformaron la red de nuevos intereses para respaldar económicamente los agitados días de mayo de 1810.

 
El 25 de Mayo de 1810 suponía ya que lo iban a matar. Pero no se dio por vencido ni aun vencido. Cuando ascendió al patíbulo, los verdugos arrojaban dinero al pueblo, que celebraba como en el circo romano.

Martín de Alzaga fue ahorcado en la fría mañana del 6 de julio de 1812, en Buenos Aires. Lo acusaban de avariento y codicioso, y de amar los botines más que ninguna otra cosa. Más aún que la vida misma. 

Martin de Álzaga (1775-1812)comerciante y políticoespañol de importante actuación en el Virreinato del Río de la Plata, especialmente por su participación en el rechazo de las Invasiones Inglesas.

El muerto, secundado por su amigo José Martínez de Hoz, por Gaspar de Santa Coloma y por Gastón Elorriaga, entre otros, había sido el líder del llamado Grupo Peninsular. Los empresarios españoles que más dinero habían hecho durante los últimos años de la administración imperial. Eran ricos y poderosos.

Obviamente, ellos no querían la revolución, ni las nuevas reglas de juego antimonopólicas que los obligaban a perder sus copiosos botines. En la primera semana de julio de 1812 fueron ejecutados 40 "conspiradores" peninsulares.

Alzaga sostenía una red de negocios extendida desde Potosí a Lima y desde Chile hasta Buenos Aires. Había sido el empresario español más importante del Virreinato. Y, tal vez, el más lúcido y valiente. Junto con el francés Santiago de Liniers habían comandado la resistencia contra el invasor inglés. Pero más tarde, en enero de 1809, anticipando eventuales movimientos contra el pacto colonial, se había levantado en armas contra el propio Liniers, a quien consideraba napoleónico y antiespañol. "El Vasco", tal como lo llamaban sus amigos, tenía lacayos, dinero y propia tropa como para intentar un golpe de Estado. Pero fue vencido.

Cornelio Saavedra, quien un año después presidiría la Junta revolucionaria de Mayo, enfrentó a Alzaga poniéndose al mando del Regimiento de Patricios y de los criollos que ya no querían ni ver a los peninsulares. Lo capturó y lo envió a la cárcel de Carmen de Patagones. Pero Alzaga, que tenía amigos poderosos en las esferas tribunalicias virreinales, fue absuelto y liberado con sus cómplices, los españoles Miguel de Ezquiaga y Felipe Sentenach.

 

El general Cornelio Judas Tadeo de Saavedra y Rodríguez (1759-1829 )
militar y político rioplatense protagonista de relieve en la Revolución de Mayo, primer paso de la independencia argentina.

Rápidamente volvió a conspirar tras la Revolución de Mayo. Fue el financista de la contrarrevolución, junto con los peninsulares y el superior de la orden de los católicos betlemitas, Fray José de las Animas. Alzaga apostaba al todo o nada, a la victoria de los ejércitos realistas, a los que destinaba información, logística y dinero.

Volvieron a capturarlo y esta vez no tuvieron piedad.

Alzaga y el Grupo Peninsular se enfrentaron con dos enemigos esenciales: los criollos y los ingleses. Esa fue la nueva conjunción, la red de los nuevos intereses creados para el financiamiento de los agitados días de mayo de 1810 y de la guerra revolucionaria posterior. La debacle del paradigma imperial español, atacado en su corazón metropolitano por los ejércitos napoleónicos, se conjugó con los inmensos apetitos comerciales sajones y —a la vez— con el ansia libertaria de los nativos. Tras las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 se produjo un creciente contrabando de productos de manufactura británica y un simétrico descenso de los ingresos fis cales y aduaneros. Faltaba dinero y las transacciones comerciales se realizaban con bonos, letras de tesorería y vales varios con los que el quebrado Estado virreinal les pagaba a sus proveedores. Los ingresos aduaneros entre 1810 y 1820 fueron, en moneda constante, un 47 por ciento más bajos que los ingresos por la misma vía entre 1800 y 1810. Según una investigación del historiador Samuel Amaral, en 1810 los ingresos estatales fueron de 2.491 millones de pesos, y los gastos, de 3.036 millones. La brecha deficitaria se cubría con la emisión de deuda pública bajo la reiterada fórmula de los bonos.

Sin dinero, el Estado debía financiar una guerra. Como sugiere Tulio Halperín Donghi, los cuerpos militares, sobre todo los de artillería, infantería montada y caballería, se crean por iniciativa de personas privadas como, por ejemplo, Juan Martín de Pueyrredón, fundador, precisamente, de los Húsares de Pueyrredon y de larga trayectoria posterior en las batallas revolucionarias, o Juan José Terrada, masón, anglófilo e integrante activo de la Logia Lautaro, de la que formaría parte también José de San Martín. La perspectiva de la supuesta prosperidad que traería el libre comercio (en detrimento del pacto colonial que obligaba a los vínculos monopólicos con España) parece haber incentivado la inversión de algunos prósperos hombres de negocios en la organización de regimientos varios. Invirtieron en el ejército, comprando armas y pagando sueldos a los oficiales, en función de un nuevo orden económico.

Pueyrredón, como cuenta Rodolfo Terragno en su Maitland y San Martín, tenía un vínculo cercano y activo con James Parossien, un británico que había llegado al Río de la Plata en 1807 durante las Invasiones Inglesas. Juntos emprendieron una larga marcha en busca de dinero fuerte. Atravesaron la Puna y las montañas (con el ejército criollo cubriendo las espaldas) hasta llegar a Potosí, donde funcionaba la Casa de Moneda virreinal. Allí se alzaron con 44 alforjas llenas de plata, que eran los últimos restos del Tesoro de la colonia. Más tarde, en 1810, Pueyrredón levantó una fábrica de pólvora en Córdoba y en 1812 nombró a Parossien como director. En abril de 1815 esa fábrica explotó y Parossien regresó a Buenos Aires para unirse luego al Ejército de los Andes, donde fue uno de los más estrechos colaboradores de San Martín, quien lo nombró consejero de Estado y brigadier general de Perú en 1821. A la vez, una colosal confiscación de los bienes del Grupo Peninsular en su conjunto habría de beneficiar a los primeros "filántropos" de las nacientes milicias coloniales.


James Paroissien, citado en América del Sur como Diego Paroissien (1781 – 1827), médico inglés que tuvo actuación en el proceso de la Independencia de la Argentina, de Chile y del Perú.

  

 Según el investigador Hugo Raúl Galmarini, "durante los años de mayor incertidumbre bélica (...) se concentró la presión fiscal en la disposición de bienes de la propiedad enemiga (...) que rindió, entre 1811 y 1815, 1.270.368,3 pesos..." Pero algunos lograron eludir las confiscaciones. Como recuerda el propio Galmarini, se dispensó un trato más benévolo a José A. Martínez de Hoz, a quien se le concedió una moratoria. Sobre los 38.617 pesos que debía al Fisco, se diseñó un plan de pagos diferidos, debiendo abonar 8.000 pesos al contado y 3.000 por mes por el resto. El servicio fue justificado porque las autoridades consideraron a Martínez de Hoz "Hermano Mayor de la Caridad".


Pese a algunas dádivas excepcionales, el Grupo Peninsular fue desplazado por lo que podría denominarse el Grupo Sajón. Ex invasores de 1806 o 1807 que se quedaron en el Plata y otros mercaderes o aventureros de distinta laya se capitalizaron raudamente tras la Revolución de Mayo.

Durante 1810 y 1811 el principal proveedor de armas fue Inglaterra, y desde l811 en adelante pasó a ser Estados Unidos. ¿Cómo se pagó la guerra? Abriendo los mercados criollos a los unos y a los otros.

La azarosa vida del norteamericano David de Forest es un ejemplo interesante. Audaz, viajero impenitente, traficante de esclavos, había navegado desde China hasta Cabo Verde y desde allí hasta la Patagonia buscando negocios.

Nombrado cónsul norteamericano en Buenos Aires, ofició como consignatario de mercadería del norte en este país y operó contra los españoles hasta que el virrey Cisneros lo deportó. Volvió a Buenos Aires en 1812, y en 1813 su amigo Juan Larrea lo acercó al corazón del poder durante la época del Directorio encabezado por Gervasio Antonio Posadas. Su tarea, entre otras, era confiscar mercancía del grupo hispano peninsular. De lo confiscado recibía una comisión del 2,5%. Con eso financiaba las tropelías de corsarios ingleses que asaltaban otras embarcaciones. Los navíos británicos o norteamericanos cambiaron sus nombres sajones por otros criollos, como "El Tucumán", "El Mangoré", "El Congreso" o "El Túpac Amaru". Lo capturado era comercializado y De Forest se quedaba con un 10 por ciento, y con parte de esa cifra financiaba a la vez la formación de una escuadra naval de guerra del Río de la Plata.

Los negocios y la guerra se articulaban para expandir los negocios anglonorteamericanos en el Plata. Ya en 1818 operaban en Buenos Aires 55 firmas mercantiles británicas. Como apunta Galmarini, la ruta Cádiz-Buenos Aires había sido sustituida por la ruta Liverpool-Buenos Aires.

Sin embargo, otra ruta esencial no fue reemplazada jamás. Aquella que vuelve sobre sí misma, reiterando el cauce del tiempo. Aquella que repite una y otra vez las mismas travesías argentinas. Aquella ruta circular que enrosca el sendero del tiempo. Como si fuera una serpiente que se muerde la cola. Una serpiente que hipnotiza como el pasado que vuelve. (Edición 20/05/2002)

 INVESTIGACION: Laura Vilariño y Paola Aguilar.


El naufragio de Colón. Una historia que se repite

Por Javier Noriega

 Cristobal Colón o Christophorus Columbus (1451-1506)
navegante, cartógrafo, almirante, virrey y gobernador general de las Indias al servicio de la Corona de Castilla, famoso por haber realizado el descubrimiento de América, el 12 de octubre de 1492, al llegar a la isla de Guanahani, actualmente en Las Bahamas.


 “Poco me han aprovechado veinte años de servicio que he servido con tantos trabajos y peligros, que hoy en día no tengo en Castilla una teja; si quiero comer o dormir no tengo, salvo el mesón o taberna, y las más de las veces falta para pagar. Yo no vine este viaje a navegar por ganar honra y hacienda; esto es cierto, porque estaba ya la esperanza de todo en ella muerta”.Carta del último y cuarto viaje de Colón a las Américas. 
Fue una voz en el desierto. Isaac Peral se instaló, en 1894, en un hotelito de la calle Serrano, en Madrid, y se dedicó a ganarse la vida modestamente como técnico electricista. Enfermo de cáncer, viajó a Berlín para someterse a una operación. Murió sólo y con deudas. Su pobre viuda quedaría con problemas económicos. Al poco de morir se le consideró en todas partes como un genio sin igual, un modelo a seguir. Del manto general del olvido con el que fue tratado, contribuyó a que acabara en la tumba siendo todavía joven. Lejos quedaba su medalla al mérito naval y la multitud de sobresalientes logros de su carrera. El submarino Peral. Otro de los grandes descubrimientos del mundo quedó olvidado, sin sus baterías, sin sus motores, sin su tubo lanzatorpedos, como un cascarón vacío, perdido en un rincón del gaditano arsenal de la Carraca. 
“La muerte verdadera es el olvido, porque si hay algo que conservamos y atesoramos son nuestros recuerdos. Toda la sustancia de nuestra vida está en ellos. Dejar de recordar es una disminución de nuestra personalidad. De nuestra historia”
Gerald Brenan

 Colón consultando mapas en su soledad. Grabado del Italiano Galle. Colón solía hacer anotaciones en los libros que leía. Pensamientos. Oro. Especias e incluso emfermedades.


Trabajando con los documentos de la carta Universal de Diego Ribero  y con los documentos de Diego Hurtado de Mendoza,  topé con algunas cartas interesantes de Colón, que merece la pena traer brevemente a espejo de navegantes. Si desconocemos en que condiciones murió el descubridor y explorador más conocido del mundo, llama la atención el trato recibido por la historia y sus actores. También el de su olvido. Como el que ocurrió con Isaac Peral. Que país este que trata en ocasiones así a sus mejores e inspirados prohombres. Curiosos paralelos.
Nuevos contornos. Nuevas tierras. Nuevos horizontes para el mundo entero de sus naciones conocidas. Ese fue el significado de Cristobal Colón para la historia, por muchos que se empeñasen a lo largo de la historia en difuminarlo. Dio a conocer unas tierras hasta entonces ignotas. Navegó entre huracanes, y viéndose morir, lanzó al mar una carta en un barril encerado, con el objetivo de que los reyes Católicos, sus grandes valedores, supieran que había cumplido su misión. Su promesa. Era tan grande su empeño, que junto a su fe, navegó por mares de altura con una sola fijación. Sin conocer los límites de aquellos mares. Sin temor a dicha aventura. Padeció enfermedades y sufrió los motines de los descontentos, que intentaron su muerte en varias ocasiones. Durante un año fue naufragó en la isla de Jamaica. Traficó como mercader, actuó como corsario y como gran almirante del mar Océano.Nunca desmayó en su afán por conocer. Se equivocó en muchas ocasiones. Pero atinó en la mayoría. Esta es la historia de un marino de la segunda mitad del siglo XV.

 Mapa de la Española atribuido a Colón en su diario de a bordo. Colón escribió en él, la palabra CIVAO (a la derecha del boceto). Pensaba que había llegado a Cipango.



A los pocos días de llegar de su último viaje, llegando a  Sevilla, tras todo lo vivido por el descubridor, tocaba repensar su vida y su futuro más inmediato. Era cuestión de supervivencia. Al poco de pisar la tierra firme de España, moría Doña Isabel. Su gran valedora. ¿Podría volver a navegar?.Era su pregunta. Y es que en su foro interno sabía que sería difícil conseguir construir su anhelada expedición. Sus expediciones, a pesar de su fama, necesitaban de financiación, que hasta ahora habían soportado la corona. E Isabel ya no estaba en este mundo. A pesar de los servicios prestados, ni una teja. ni una lumbre, como decía.  El hombre que descubrió América para la posteridad; llegaba a España, enfermo, cargado de deudas y desprestigiado. “Entre la taberna y el mesón, decía Colón. Y las más veces falta dinero para pagar”. En el caso de Peral, era el hotelito modesto y olvidado de Serrano. La misma historia. A ambos simplemente les separaba el paso del tiempo. Casi cinco siglos para ser más exacto. Pero se les pagaba con la misma moneda. Ambos fueron dos hombres preclaros para su tiempo.
El 20 de Mayo de 1506 moría finalmente Colón en Valladolid, ciudad a la que había acudido con la esperanza de mantener una entrevista personal con el rey Don Fernando para solucionar su situación. Su muerte pasó completamente inadvertida a sus contemporáneos y nada dicen los documentos coetáneos acerca de la casa en la que falleció.Una leyenda, dispone el lugar en el que su cuerpo y su mente dejó de imaginar maravillas, en una anónima casa de la calle Ancha de la Magdalena. En 1866, se dispuso en el dintel de la casa una simple inscripción, sobria. “Aquí murió Colón”. Gloria al genio.Y tuvieron que encargarse de su cuerpo la familia. Nada de funeral de Estado, ni de gloria al genio. La familia eligió un funeral en la intimidad, como se diría hoy. Eligieron como lugar de sepultura del almirante la iglesia vieja de siempre, la de San Francisco de Valladolid. Se celebraron los servicios religiosos y los funerales en la iglesia de Santa María de la antigua. Allí estuvo depositado el “almirante viejo”, al que ya llamaban apenas abrir la puerta de los campos Elíseos. Hasta que comenzaría su periplo de ida y de vuelta. Como siempre parece que hizo en la vida, estar de ida y de vuelta. De ahí, que nunca tuviera ni una sencilla teja.Un lugar en el que “caer muerto”, como se solía decir en esa España quevediana… Y pasaron los años, y así el 11 de Abril de 1509 se tocaban las puertas del monasterio Cartujo. Lo hacía Don Juan Antonio Colombo, el sobrino de Don Cristobal, dejando bien claro que el contenido de aquella caja “era el cuerpo del señor almirante Don Cristobal Colón”. Ni conocemos cómo fue efectuada la exhumación del cadáver del convento de Valladolid. Tampoco el protocolo de la Cartuja de las Cuevas, que era un lugar religioso, que a su vez hacía de caja de depósitos.

 Desde Sevilla , el 4 de Enero de 1505…Entre otras cuestiones, la defensa de sus privilegios, su preocupación por cobrar los gastos de su último viaje al nuevo mundo…



De Sevilla a Santo Domingo
Colón nunca dijo donde querían que reposaran sus restos…no pensó en algo que los mortales nunca piensan. Tuvieron que pasar unos veinte años, para que su hijo muriera. Con el tiempo, Doña María de Toledo, y sin que sepamos porque de nuevo, trasladaría ambos cadáveres a Santo Domingo. Corría el año de 1544 y tampoco tenemos un documento, ni ninguna anotación notarial que nos relatase aquel embarque, de aquella mujer en el momento de embarcar con los cuerpos de su querido marido y padre.
Seguimos navegando. De Santo Domingo a la Habana
Y así, bajo el cielo y el sol de Santo Domingo, los restos de Don Cristobal y de su hijo Diego, junto a los de otros miembros de la familia, que se fueron sepultando sucesivamente, permaneciendo en la catedral hasta el 21 de Noviembre de 1795, fecha en la que la decadencia del Imperio Español tocaba fondo. Por el Tratado de Basilea, España perdía la soberanía de la costa oriental de Santo Domingo. Por eso tocaba retirada de nuevo de sus huesos. De nuevo otro periplo. Parecía ser el sino de Colón. Seguir navegando.
Finalmente de la Habana a Sevilla
En la catedral reposó el cuerpo del almirante hasta 1898. Año de la crisis mas conocida de la España de Ultramar. Tras la pérdida de Cuba, el gobierno Español decidió repratriar los restos de su explorador, finalmente a la sede hispalense. Y hasta aquí. Cinco siglos de periplo.

 Tumba de Colón en la actualidad en la catedral de Sevilla.


    A finales de agosto o primeros de Septiembre de 1501, Colón escribía a la reina. La única que dirigió a Doña Isabel. La cuestión estaba clara. El almirante se sentía enfermo y olvidado por todos. En su texto, el descubridor hacía un repaso a su trayectoria vital, justificando su honor. Por supuesto, haciendo hincapie en el descubrimiento de las Indias, cuyo negocio él veía muy grande. Y muy importante… Nunca sabría cuanto de grande. Y cuanto de importante. A día de hoy, parece que por fin en el capitolio, un horizonte lejano, pero tierra firme del continente, se mostrará el retrato de otro Español. De un malagueño para más señas. Bernardo de Gálvez. Por sus méritos. Pero fue cuestión de siglos atrás cuando Colón descubrió el nuevo mundo. Una de las mayores gestas que pasarían a la historia. A pesar de que nunca se le reconoció debidamente. Cosas de nuestra historia. Habrá que hacer buenas las palabras, entre otras por sabio, de otra gran leyenda Española. La de Santiago Ramón y Cajal. Decía algo así como. “La Gloria, en verdad, no es otra cosa que un olvido aplazado”.


"Seguimos viviendo en la Edad Media", dice Jacques Le Goff

 Fue una etapa brillante, dice el historiador

 Por Luisa Corradini

PARIS.- Discípulos y colegas llaman al francés Jacques Le Goff "el ogro historiador". Es una referencia al desaparecido Marc Bloch, cofundador de l'Ecole des Annales, quien afirmaba que un buen historiador "se parece al ogro de la leyenda: allí donde huele carne humana, sabe que está su presa".
De un ogro, Jacques Le Goff tiene la estatura y el apetito. También tiene una insaciable curiosidad que lo llevó a transformarse en una referencia mundial sobre la historia de la Edad Media, período al cual el hombre contemporáneo le debe muchas de sus conquistas, dice.
A los 82 años, Jacques Le Goff sigue trabajando, a pesar de la profunda tristeza que le provocó la reciente muerte de su esposa -después de casi 60 años de vida en común- y de una caída que desde 2003 lo mantiene recluido en su departamento de París.
Con cualquiera de sus libros -tantos que podrían formar una biblioteca- todo lector se siente inteligente y erudito.
Aún más que sus condiscípulos George Duby, Emmanuel Le Roy Ladurie y François Furet, Le Goff recurrió a todas las disciplinas para estudiar la vida cotidiana, las mentalidades y los sueños de la Edad Media: antropología, etnología, arqueología, psicología? Sus obras mezclan conocimiento y perspectivas. Con ellas es posible introducirse en un medioevo fascinante, donde se estudiaba y se enseñaba a Aristóteles, Averroes y Avicenas, las ciudades comenzaban a forjarse una idea de la belleza y los burgueses financiaban catedrales que inspirarían a Gropius, Gaudi y Niemeyer. En esa Edad Media masculina, la mujer era respetada, las prostitutas, bien tratadas y hasta desposadas, y solía suceder que las jovencitas aprendieran a leer y a escribir. 


-Los historiadores no consiguen ponerse de acuerdo sobre la cronología de la Edad Media. ¿Cuál es la correcta, a su juicio?
-Es verdad que no todos los historiadores coinciden en esa cronología. Para mí, la primera de sus etapas comienza en el siglo IV y termina en el VIII. Es el período de las invasiones, de la instalación de los bárbaros en el antiguo imperio romano occidental y de la expansión del cristianismo. Déjeme subrayar que Europa debe su cultura a la Iglesia. Sobre todo, a San Jerónimo, cuya traducción latina de la Biblia se impuso durante todo el medioevo, y a San Agustín, el más grande de los profesores de la época. 

-Usted, gran anticlerical, jamás deja de destacar el papel de la Iglesia en los mayores logros de la Edad Media.
-¡Pero no es necesario ser un ferviente creyente para hablar bien de la Iglesia! También soy un convencido partidario del laicismo: principio admirable, establecido por el mismo Jesús cuando dijo: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero, volviendo a la cronología, la segunda etapa está delimitada por el período carolingio, del siglo VIII al X. 

-El imperio de Carlomagno fue, para muchos, el primer intento verdadero de construcción europea?
-Falso. En realidad se trató del primer intento abortado de construcción europea. Un intento pervertido por la visión "nacionalista" de Carlomagno y su patriotismo franco. En vez de mirar al futuro, Carlomagno miraba hacia atrás, hacia el imperio romano. La Europa de Carlos V, de Napoleón y de Hitler fueron también proyectos antieuropeos. Ninguno de ellos buscaba la unidad continental en la diversidad. Todos perseguían un sueño imperial. 



-Usted escribió que a partir del año 1000 apareció una Europa soñada y potencial, en la cual el mundo monástico tendría un papel social y cultural fundamental.
-Así es. Una nueva Europa llena de promesas, con la entrada del mundo eslavo en la cristiandad y la recuperación de la península hispánica, que estaba en manos de los musulmanes. Al desarrollo económico, factor de progreso, se asoció una intensa energía colectiva, religiosa y psicológica, así como un importante movimiento de paz promovido por la Iglesia. El mundo feudal occidental se puso en marcha entre los siglos XI y XII. Esa fue la Europa de la tierra, de la agricultura y de los campesinos. La vida se organizaba entre la señoría, el pueblo y la parroquia. Pero también entraron en escena las órdenes religiosas militares, debido a las Cruzadas y a las peregrinaciones que transformarían la imagen de la cristiandad. Entre los siglos XIII y XV, fue el turno de una Europa suntuosa de las universidades y las catedrales góticas. 

-En todo caso, para usted, la Edad Media fue todo lo contrario del oscurantismo.
-Aquellos que hablan de oscurantismo no han comprendido nada. Esa es una idea falsa, legado del Siglo de las Luces y de los románticos. La era moderna nació en el medioevo. El combate por la laicidad del siglo XIX contribuyó a legitimar la idea de que la Edad Media, profundamente religiosa, era oscurantista. La verdad es que la Edad Media fue una época de fe, apasionada por la búsqueda de la razón. A ella le debemos el Estado, la nación, la ciudad, la universidad, los derechos del individuo, la emancipación de la mujer, la conciencia, la organización de la guerra, el molino, la máquina, la brújula, la hora, el libro, el purgatorio, la confesión, el tenedor, las sábanas y hasta la Revolución Francesa. 


 -Pero la Revolución Francesa fue en 1789. ¿No se considera que la Edad Media terminó con la llegada del Renacimiento, en el siglo XV?
-Para comprender verdaderamente el pasado, es necesario tener en cuenta que los hechos son sólo la espuma de la historia. Lo importante son los procesos subyacentes. Para mí, el humanismo no esperó la llegada del Renacimiento: ya existía en la Edad Media. Como existían también los principios que generaron la Revolución Francesa. Y hasta la Revolución Industrial. La verdad es que nuestras sociedades hiperdesarrolladas siguen estando profundamente influidas por estructuras nacidas en el medioevo.
 
-¿Por ejemplo? 
-Tomemos el ejemplo de la conciencia. En 1215, el IV Concilio de Latran tomó decisiones que marcaron para siempre la evolución de nuestras sociedades. Entre ellas, instituyó la confesión obligatoria. Lo que después se llamó "examen de conciencia" contribuyó a liberar la palabra, pero también la ficción. Hasta ese momento, los parroquianos se reunían y confesaban públicamente que habían robado, matado o engañado a su mujer. Ahora se trataba de contar su vida espiritual, en secreto, a un sacerdote. Tanto para mí como para el filósofo Michel Foucault, ese momento fue esencial para el desarrollo de la introspección, que es una característica de la sociedad occidental. No hace falta que le haga notar que bastaría con hacer girar un confesionario para que se transformara en el diván de un psicoanalista.



-Usted habla de emancipación de la mujer en la Edad Media. ¿Pero aquella no fue una época de profunda misoginia?
-Eso dicen y, naturalmente, hay que poner las cosas en perspectiva. Yo sostengo, sin embargo, que se trató de una época de promoción de la mujer. Un ejemplo bastaría: el culto a la Virgen María. ¿Qué es lo que el cristianismo medieval inventó, entre otras cosas? La Santísima Trinidad, que, como los Tres Mosqueteros, eran, en realidad, cuatro: Dios, Jesús, el Espíritu Santo y María, madre de Dios. Convengamos en que no se puede pedir mucho más a una religión que fue capaz de dar estatus divino a una mujer. Pero también está el matrimonio: en 1215, la Iglesia exigió el consentimiento de la mujer, así como el del hombre, para unirlos en matrimonio. El hombre medieval no era tan misógino como se pretende.

-La invención del purgatorio, a mediados del siglo XII, parece haber sido también uno de los momentos clave para el desarrollo de nuestras sociedades actuales.
-Así es. Curiosamente, lo que comenzó como un intento suplementario de control por parte de la Iglesia, concluyó permitiendo el desarrollo de la economía occidental tal como la practicamos en nuestros días.
 
-¿Cómo es eso?
-La invención del purgatorio se produjo en el momento de transición entre una Edad Media relativamente libre y un medioevo extremadamente rígido. En el siglo XII comenzó a instalarse la noción de cristiandad, que permitiría avanzar, pero también excluir y perseguir: a los herejes, los judíos, los homosexuales, los leprosos, los locos... Pero, como siempre sucedió en la Edad Media, cada vez que se hacían sentir las rigideces de la época los hombres conseguían inventar la forma de atenuarlas. Así, la invención de un espacio intermedio entre el cielo y el infierno, entre la condena eterna y la salvación, permitió a Occidente salir del maniqueísmo del bien y del mal absolutos. Podríamos decir también que, inventando el purgatorio, los hombres medievales se apoderaron del más allá, que hasta entonces estaba exclusivamente en manos de Dios. Ahora era la Iglesia la que decía qué categorías de pecadores podrían pagar sus culpas en ese espacio intermedio y lograr la salvación. Una toma de poder que, por ejemplo, permitiría a los usureros escapar al infierno y hacer avanzar la economía. También serían salvados de este modo los fornicadores.



-Pero hasta la aparición del sistema bancario reglamentado, en el siglo XVIII, tanto la Iglesia como las monarquías sobrevivieron gracias a los usureros. ¿Por qué condenarlos al infierno?
-Porque así lo establecían las escrituras, como en la mayoría de las religiones. En el universo cristiano medieval, la usura era un doble robo: contra el prójimo, a quien el usurero despojaba de parte de su bien, pero, sobre todo, contra Dios, porque el interés de un préstamo sólo es posible a través del tiempo. Y como el tiempo en el medioevo sólo pertenecía a Dios, comprar tiempo era robarle a Dios. Sin embargo, el usurero fue indispensable a partir del siglo XI, con el renacimiento de la economía monetaria. La sed de dinero era tan grande que hubo que recurrir a los prestamistas. Entonces la escolástica logró hallarles justificaciones. Surgió así el concepto de mecenas. También se aceptó que prestar dinero era un riesgo y que era normal que engendrara un beneficio. En todo caso, y sólo para los prestamistas considerados "de buena fe", el purgatorio resultó un buen negocio.

-La Edad Media también inventó el concepto de guerra justa, vigente hasta nuestros días, como lo demostraron los debates en la ONU sobre la guerra en Irak. Curioso, ya que el cristianismo es portador de un ideal de paz. Hasta se podría decir que es antimilitarista.
-Es verdad. Ordenándole a Pedro que enfundara su espada, Cristo dijo: "Quien a hierro mate, a hierro morirá". Los primeros grandes teóricos cristianos latinos eran pacifistas. Pero todo cambió a partir del siglo IV, cuando el cristianismo se transformó en religión de Estado.

-En otras palabras, los cristianos se vieron obligados a cristianizar la guerra.
-En esa tarea tendrá un papel fundamental San Agustín, el gran pedagogo cristiano. Para él, la guerra es una consecuencia del pecado original. Como éste existirá hasta el fin de los tiempos, la guerra también existirá por siempre. San Agustín propuso, entonces, imponer límites a esa guerra. En vez de erradicarla, decidió confinarla, someterla a reglas. La primera de esas reglas es que sólo es legítima la guerra declarada por una persona autorizada por Dios. En la Edad Media, era el príncipe. Hoy es el Estado, el poder público. La segunda regla es que una guerra es justa sólo cuando no persigue la conquista. En otras palabras: las armas sólo se toman en defensa propia o para reparar una injusticia. Esas reglas siguen perfectamente vigentes en nuestros días.



-¿Se podría decir que el hombre medieval trataba de preservar la cristiandad de todo aquello que amenazaba su equilibrio?
-Constantemente. Déjeme evocar como ejemplo el que para mí fue el aspecto más negativo de la época: la condena absoluta del placer sexual, simbolizado por el llamado "pecado de la carne". La alta Edad Media asumió las prohibiciones del Antiguo Testamento. Desde entonces, el cuerpo fue diabolizado, a pesar de algunas excepciones, como Santo Tomás de Aquino, para quien era lícito el placer en el acto amoroso. Frente a la opresión moral, la sociedad medieval reaccionó con la risa, la comedia y la ironía. El universo medieval fue un mundo de música y de cantos, promovió el órgano e inventó la polifonía.

-Hace un momento hizo referencia a los fornicadores que tuvieron un lugar en el purgatorio. ¿Cómo fue esto posible en una época de tanta represión sexual?
-Hay una anécdota que ilustra perfectamente la dualidad medieval. El rey Luis IX de Francia, que después sería canonizado como San Luis, tenía una vitalidad sexual desbordante. En los períodos en que las relaciones carnales eran lícitas (fuera de las fiestas religiosas), el monarca no se contentaba con reunirse con su esposa por las noches. También lo hacía durante el día. Esto irritaba mucho a su madre, Blanca de Castilla, que en cuanto se enteraba de que su hijo estaba con la reina intentaba introducirse en la habitación para poner fin a sus efusiones. Luis IX decidió entonces poner un guardián ante su puerta, que debía prevenirlo y darle tiempo de disimular su desenfreno. Ese hombre lleno de ardor tuvo once hijos y cuando partió a la Cruzada, en 1248, llevó a su mujer, a fin de no privarse de sus placeres sexuales. ¡No imaginará usted que la Iglesia podía enviar a San Luis a arder en el fuego eterno del infierno! 


-¿También podríamos decir que la Edad Media inventó el concepto de Occidente?
-La palabra "Occidente" no me gusta. Pronunciada por los occidentales, tiene un contenido de soberbia para el resto del planeta.

-Pero entonces, ¿cómo definir, por ejemplo, a América, heredera de Europa?
-América ha dejado de ser la heredera de Europa. Lo fue hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando tanto Estados Unidos como el resto del continente dejaron de tener al hombre como centro de sus preocupaciones.

-Usted es un apasionado estudioso de la imaginación colectiva de la Edad Media. ¿Por qué eso es tan importante?
-Felizmente, las nuevas generaciones de historiadores siguen cada vez más esa tendencia. La imaginación colectiva se construye y se nutre de leyendas, de mitos. Se la podría definir como el sistema de sueños de una sociedad, de una civilización. Un sistema capaz de transformar la realidad en apasionadas imágenes mentales. Y esto es fundamental para comprender los procesos históricos. La historia se hace con hombres de carne y hueso, con sus sueños, sus creencias y sus necesidades cotidianas.



-¿Y cómo era esa imaginación medieval?
-Estaba constituida por un mundo sin fronteras entre lo real y lo fantástico, entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo terrenal y lo celestial, entre la realidad y la fantasía. Si bien los cimientos medievales de Europa subsistieron, sus héroes y leyendas fueron olvidados durante el Siglo de las Luces. El romanticismo los resucitó, cantando las leyendas doradas de la Edad Media. Hoy asistimos a un segundo renacimiento gracias a dos inventos del siglo XX: el cine y las historietas. El medioevo vuelve a estar de moda con "Harry Potter", "La guerra de las galaxias" y los videojuegos. En realidad, la Edad Media tiene una gran deuda con Hollywood. Y viceversa. Pensé alguna vez que provocaría un escándalo afirmando que el medioevo se había prolongado hasta la Revolución Industrial. La verdad es que ha llegado hasta nuestros días.

-¿Se podría decir entonces que seguimos viviendo en la Edad Media?
-Sí. Pero esto quiere decir todo lo contrario de que estamos en una época de hordas salvajes, ignorantes e incultas, sumergidos en pleno oscurantismo. Estamos en la Edad Media porque de ella heredamos la ciudad, las universidades, nuestros sistemas de pensamiento, el amor por el conocimiento y la cortesía. Aunque, pensándolo bien, esto último bien podría estar en vías de extinción.

 Jacques Le Goff