Fue una etapa brillante, dice el historiador
Por Luisa Corradini
PARIS.- Discípulos y colegas llaman al francés Jacques Le Goff "el ogro
historiador". Es una referencia al desaparecido Marc Bloch, cofundador
de l'Ecole des Annales, quien afirmaba que un buen historiador "se
parece al ogro de la leyenda: allí donde huele carne humana, sabe que
está su presa".
De un ogro, Jacques Le Goff tiene la estatura y el apetito. También
tiene una insaciable curiosidad que lo llevó a transformarse en una
referencia mundial sobre la historia de la Edad Media, período al cual
el hombre contemporáneo le debe muchas de sus conquistas, dice.
A los 82 años, Jacques Le Goff sigue trabajando, a pesar de la profunda
tristeza que le provocó la reciente muerte de su esposa -después de
casi 60 años de vida en común- y de una caída que desde 2003 lo mantiene
recluido en su departamento de París.
Con cualquiera de sus libros -tantos que podrían formar una biblioteca- todo lector se siente inteligente y erudito.
Aún más que sus condiscípulos George Duby, Emmanuel Le Roy Ladurie y
François Furet, Le Goff recurrió a todas las disciplinas para estudiar
la vida cotidiana, las mentalidades y los sueños de la Edad Media:
antropología, etnología, arqueología, psicología? Sus obras mezclan
conocimiento y perspectivas. Con ellas es posible introducirse en un
medioevo fascinante, donde se estudiaba y se enseñaba a Aristóteles,
Averroes y Avicenas, las ciudades comenzaban a forjarse una idea de la
belleza y los burgueses financiaban catedrales que inspirarían a
Gropius, Gaudi y Niemeyer. En esa Edad Media masculina, la mujer era
respetada, las prostitutas, bien tratadas y hasta desposadas, y solía
suceder que las jovencitas aprendieran a leer y a escribir.
-Los historiadores no consiguen ponerse de acuerdo sobre la cronología de la Edad Media. ¿Cuál es la correcta, a su juicio?
-Es verdad que no todos los historiadores coinciden en esa cronología.
Para mí, la primera de sus etapas comienza en el siglo IV y termina en
el VIII. Es el período de las invasiones, de la instalación de los
bárbaros en el antiguo imperio romano occidental y de la expansión del
cristianismo. Déjeme subrayar que Europa debe su cultura a la Iglesia.
Sobre todo, a San Jerónimo, cuya traducción latina de la Biblia se
impuso durante todo el medioevo, y a San Agustín, el más grande de los
profesores de la época.
-Usted, gran anticlerical, jamás deja de destacar el papel de la Iglesia en los mayores logros de la Edad Media.
-¡Pero no es necesario ser un ferviente creyente para hablar bien de la
Iglesia! También soy un convencido partidario del laicismo: principio
admirable, establecido por el mismo Jesús cuando dijo: "Al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero, volviendo a la
cronología, la segunda etapa está delimitada por el período carolingio,
del siglo VIII al X.
-El imperio de Carlomagno fue, para muchos, el primer intento verdadero de construcción europea?
-Falso. En realidad se trató del primer intento abortado de construcción
europea. Un intento pervertido por la visión "nacionalista" de
Carlomagno y su patriotismo franco. En vez de mirar al futuro,
Carlomagno miraba hacia atrás, hacia el imperio romano. La Europa de
Carlos V, de Napoleón y de Hitler fueron también proyectos antieuropeos.
Ninguno de ellos buscaba la unidad continental en la diversidad. Todos
perseguían un sueño imperial.
-Usted escribió que a partir del año 1000 apareció
una Europa soñada y potencial, en la cual el mundo monástico tendría un
papel social y cultural fundamental.
-Así es. Una nueva Europa llena de promesas, con la entrada del mundo
eslavo en la cristiandad y la recuperación de la península hispánica,
que estaba en manos de los musulmanes. Al desarrollo económico, factor
de progreso, se asoció una intensa energía colectiva, religiosa y
psicológica, así como un importante movimiento de paz promovido por la
Iglesia. El mundo feudal occidental se puso en marcha entre los siglos
XI y XII. Esa fue la Europa de la tierra, de la agricultura y de los
campesinos. La vida se organizaba entre la señoría, el pueblo y la
parroquia. Pero también entraron en escena las órdenes religiosas
militares, debido a las Cruzadas y a las peregrinaciones que
transformarían la imagen de la cristiandad. Entre los siglos XIII y XV,
fue el turno de una Europa suntuosa de las universidades y las
catedrales góticas.
-En todo caso, para usted, la Edad Media fue todo lo contrario del oscurantismo.
-Aquellos que hablan de oscurantismo no han comprendido nada. Esa es una
idea falsa, legado del Siglo de las Luces y de los románticos. La era
moderna nació en el medioevo. El combate por la laicidad del siglo XIX
contribuyó a legitimar la idea de que la Edad Media, profundamente
religiosa, era oscurantista. La verdad es que la Edad Media fue una
época de fe, apasionada por la búsqueda de la razón. A ella le debemos
el Estado, la nación, la ciudad, la universidad, los derechos del
individuo, la emancipación de la mujer, la conciencia, la organización
de la guerra, el molino, la máquina, la brújula, la hora, el libro, el
purgatorio, la confesión, el tenedor, las sábanas y hasta la Revolución
Francesa.
-Pero la Revolución Francesa fue en 1789. ¿No se
considera que la Edad Media terminó con la llegada del Renacimiento, en
el siglo XV?
-Para comprender verdaderamente el pasado, es necesario tener en cuenta
que los hechos son sólo la espuma de la historia. Lo importante son los
procesos subyacentes. Para mí, el humanismo no esperó la llegada del
Renacimiento: ya existía en la Edad Media. Como existían también los
principios que generaron la Revolución Francesa. Y hasta la Revolución
Industrial. La verdad es que nuestras sociedades hiperdesarrolladas
siguen estando profundamente influidas por estructuras nacidas en el
medioevo.
-¿Por ejemplo?
-Tomemos el ejemplo de la conciencia. En 1215, el IV Concilio de Latran
tomó decisiones que marcaron para siempre la evolución de nuestras
sociedades. Entre ellas, instituyó la confesión obligatoria. Lo que
después se llamó "examen de conciencia" contribuyó a liberar la palabra,
pero también la ficción. Hasta ese momento, los parroquianos se reunían
y confesaban públicamente que habían robado, matado o engañado a su
mujer. Ahora se trataba de contar su vida espiritual, en secreto, a un
sacerdote. Tanto para mí como para el filósofo Michel Foucault, ese
momento fue esencial para el desarrollo de la introspección, que es una
característica de la sociedad occidental. No hace falta que le haga
notar que bastaría con hacer girar un confesionario para que se
transformara en el diván de un psicoanalista.
-Usted habla de emancipación de la mujer en la Edad Media. ¿Pero aquella no fue una época de profunda misoginia?
-Eso dicen y, naturalmente, hay que poner las cosas en perspectiva. Yo
sostengo, sin embargo, que se trató de una época de promoción de la
mujer. Un ejemplo bastaría: el culto a la Virgen María. ¿Qué es lo que
el cristianismo medieval inventó, entre otras cosas? La Santísima
Trinidad, que, como los Tres Mosqueteros, eran, en realidad, cuatro:
Dios, Jesús, el Espíritu Santo y María, madre de Dios. Convengamos en
que no se puede pedir mucho más a una religión que fue capaz de dar
estatus divino a una mujer. Pero también está el matrimonio: en 1215, la
Iglesia exigió el consentimiento de la mujer, así como el del hombre,
para unirlos en matrimonio. El hombre medieval no era tan misógino como
se pretende.
-La invención del purgatorio, a mediados del siglo
XII, parece haber sido también uno de los momentos clave para el
desarrollo de nuestras sociedades actuales.
-Así es. Curiosamente, lo que comenzó como un intento suplementario de
control por parte de la Iglesia, concluyó permitiendo el desarrollo de
la economía occidental tal como la practicamos en nuestros días.
-¿Cómo es eso?
-La invención del purgatorio se produjo en el momento de transición
entre una Edad Media relativamente libre y un medioevo extremadamente
rígido. En el siglo XII comenzó a instalarse la noción de cristiandad,
que permitiría avanzar, pero también excluir y perseguir: a los herejes,
los judíos, los homosexuales, los leprosos, los locos... Pero, como
siempre sucedió en la Edad Media, cada vez que se hacían sentir las
rigideces de la época los hombres conseguían inventar la forma de
atenuarlas. Así, la invención de un espacio intermedio entre el cielo y
el infierno, entre la condena eterna y la salvación, permitió a
Occidente salir del maniqueísmo del bien y del mal absolutos. Podríamos
decir también que, inventando el purgatorio, los hombres medievales se
apoderaron del más allá, que hasta entonces estaba exclusivamente en
manos de Dios. Ahora era la Iglesia la que decía qué categorías de
pecadores podrían pagar sus culpas en ese espacio intermedio y lograr la
salvación. Una toma de poder que, por ejemplo, permitiría a los
usureros escapar al infierno y hacer avanzar la economía. También serían
salvados de este modo los fornicadores.
-Pero hasta la aparición del sistema bancario
reglamentado, en el siglo XVIII, tanto la Iglesia como las monarquías
sobrevivieron gracias a los usureros. ¿Por qué condenarlos al infierno?
-Porque así lo establecían las escrituras, como en la mayoría de las
religiones. En el universo cristiano medieval, la usura era un doble
robo: contra el prójimo, a quien el usurero despojaba de parte de su
bien, pero, sobre todo, contra Dios, porque el interés de un préstamo
sólo es posible a través del tiempo. Y como el tiempo en el medioevo
sólo pertenecía a Dios, comprar tiempo era robarle a Dios. Sin embargo,
el usurero fue indispensable a partir del siglo XI, con el renacimiento
de la economía monetaria. La sed de dinero era tan grande que hubo que
recurrir a los prestamistas. Entonces la escolástica logró hallarles
justificaciones. Surgió así el concepto de mecenas. También se aceptó
que prestar dinero era un riesgo y que era normal que engendrara un
beneficio. En todo caso, y sólo para los prestamistas considerados "de
buena fe", el purgatorio resultó un buen negocio.
-La Edad Media también inventó el concepto de
guerra justa, vigente hasta nuestros días, como lo demostraron los
debates en la ONU sobre la guerra en Irak. Curioso, ya que el
cristianismo es portador de un ideal de paz. Hasta se podría decir que
es antimilitarista.
-Es verdad. Ordenándole a Pedro que enfundara su espada, Cristo dijo:
"Quien a hierro mate, a hierro morirá". Los primeros grandes teóricos
cristianos latinos eran pacifistas. Pero todo cambió a partir del siglo
IV, cuando el cristianismo se transformó en religión de Estado.
-En otras palabras, los cristianos se vieron obligados a cristianizar la guerra.
-En esa tarea tendrá un papel fundamental San Agustín, el gran pedagogo
cristiano. Para él, la guerra es una consecuencia del pecado original.
Como éste existirá hasta el fin de los tiempos, la guerra también
existirá por siempre. San Agustín propuso, entonces, imponer límites a
esa guerra. En vez de erradicarla, decidió confinarla, someterla a
reglas. La primera de esas reglas es que sólo es legítima la guerra
declarada por una persona autorizada por Dios. En la Edad Media, era el
príncipe. Hoy es el Estado, el poder público. La segunda regla es que
una guerra es justa sólo cuando no persigue la conquista. En otras
palabras: las armas sólo se toman en defensa propia o para reparar una
injusticia. Esas reglas siguen perfectamente vigentes en nuestros días.
-¿Se podría decir que el hombre medieval trataba de preservar la cristiandad de todo aquello que amenazaba su equilibrio?
-Constantemente. Déjeme evocar como ejemplo el que para mí fue el
aspecto más negativo de la época: la condena absoluta del placer sexual,
simbolizado por el llamado "pecado de la carne". La alta Edad Media
asumió las prohibiciones del Antiguo Testamento. Desde entonces, el
cuerpo fue diabolizado, a pesar de algunas excepciones, como Santo Tomás
de Aquino, para quien era lícito el placer en el acto amoroso. Frente a
la opresión moral, la sociedad medieval reaccionó con la risa, la
comedia y la ironía. El universo medieval fue un mundo de música y de
cantos, promovió el órgano e inventó la polifonía.
-Hace un momento hizo referencia a los fornicadores
que tuvieron un lugar en el purgatorio. ¿Cómo fue esto posible en una
época de tanta represión sexual?
-Hay una anécdota que ilustra perfectamente la dualidad medieval. El rey
Luis IX de Francia, que después sería canonizado como San Luis, tenía
una vitalidad sexual desbordante. En los períodos en que las relaciones
carnales eran lícitas (fuera de las fiestas religiosas), el monarca no
se contentaba con reunirse con su esposa por las noches. También lo
hacía durante el día. Esto irritaba mucho a su madre, Blanca de
Castilla, que en cuanto se enteraba de que su hijo estaba con la reina
intentaba introducirse en la habitación para poner fin a sus efusiones.
Luis IX decidió entonces poner un guardián ante su puerta, que debía
prevenirlo y darle tiempo de disimular su desenfreno. Ese hombre lleno
de ardor tuvo once hijos y cuando partió a la Cruzada, en 1248, llevó a
su mujer, a fin de no privarse de sus placeres sexuales. ¡No imaginará
usted que la Iglesia podía enviar a San Luis a arder en el fuego eterno
del infierno!
-¿También podríamos decir que la Edad Media inventó el concepto de Occidente?
-La palabra "Occidente" no me gusta. Pronunciada por los occidentales, tiene un contenido de soberbia para el resto del planeta.
-Pero entonces, ¿cómo definir, por ejemplo, a América, heredera de Europa?
-América ha dejado de ser la heredera de Europa. Lo fue hasta finales de
la Segunda Guerra Mundial, cuando tanto Estados Unidos como el resto
del continente dejaron de tener al hombre como centro de sus
preocupaciones.
-Usted es un apasionado estudioso de la imaginación colectiva de la Edad Media. ¿Por qué eso es tan importante?
-Felizmente, las nuevas generaciones de historiadores siguen cada vez
más esa tendencia. La imaginación colectiva se construye y se nutre de
leyendas, de mitos. Se la podría definir como el sistema de sueños de
una sociedad, de una civilización. Un sistema capaz de transformar la
realidad en apasionadas imágenes mentales. Y esto es fundamental para
comprender los procesos históricos. La historia se hace con hombres de
carne y hueso, con sus sueños, sus creencias y sus necesidades
cotidianas.
-¿Y cómo era esa imaginación medieval?
-Estaba constituida por un mundo sin fronteras entre lo real y lo
fantástico, entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo terrenal y lo
celestial, entre la realidad y la fantasía. Si bien los cimientos
medievales de Europa subsistieron, sus héroes y leyendas fueron
olvidados durante el Siglo de las Luces. El romanticismo los resucitó,
cantando las leyendas doradas de la Edad Media. Hoy asistimos a un
segundo renacimiento gracias a dos inventos del siglo XX: el cine y las
historietas. El medioevo vuelve a estar de moda con "Harry Potter", "La
guerra de las galaxias" y los videojuegos. En realidad, la Edad Media
tiene una gran deuda con Hollywood. Y viceversa. Pensé alguna vez que
provocaría un escándalo afirmando que el medioevo se había prolongado
hasta la Revolución Industrial. La verdad es que ha llegado hasta
nuestros días.
-¿Se podría decir entonces que seguimos viviendo en la Edad Media?
-Sí. Pero esto quiere decir todo lo contrario de que estamos en una
época de hordas salvajes, ignorantes e incultas, sumergidos en pleno
oscurantismo. Estamos en la Edad Media porque de ella heredamos la
ciudad, las universidades, nuestros sistemas de pensamiento, el amor por
el conocimiento y la cortesía. Aunque, pensándolo bien, esto último
bien podría estar en vías de extinción.
Jacques Le Goff
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