lunes, 10 de febrero de 2014

Revolución financiada


 Miguel Wiñazki. DE LA REDACCION DE CLARIN.

 El 25 de Mayo fue financiado. Quienes lo hicieron eran prósperos hombres de negocios. Criollos e ingleses conformaron la red de nuevos intereses para respaldar económicamente los agitados días de mayo de 1810.

 
El 25 de Mayo de 1810 suponía ya que lo iban a matar. Pero no se dio por vencido ni aun vencido. Cuando ascendió al patíbulo, los verdugos arrojaban dinero al pueblo, que celebraba como en el circo romano.

Martín de Alzaga fue ahorcado en la fría mañana del 6 de julio de 1812, en Buenos Aires. Lo acusaban de avariento y codicioso, y de amar los botines más que ninguna otra cosa. Más aún que la vida misma. 

Martin de Álzaga (1775-1812)comerciante y políticoespañol de importante actuación en el Virreinato del Río de la Plata, especialmente por su participación en el rechazo de las Invasiones Inglesas.

El muerto, secundado por su amigo José Martínez de Hoz, por Gaspar de Santa Coloma y por Gastón Elorriaga, entre otros, había sido el líder del llamado Grupo Peninsular. Los empresarios españoles que más dinero habían hecho durante los últimos años de la administración imperial. Eran ricos y poderosos.

Obviamente, ellos no querían la revolución, ni las nuevas reglas de juego antimonopólicas que los obligaban a perder sus copiosos botines. En la primera semana de julio de 1812 fueron ejecutados 40 "conspiradores" peninsulares.

Alzaga sostenía una red de negocios extendida desde Potosí a Lima y desde Chile hasta Buenos Aires. Había sido el empresario español más importante del Virreinato. Y, tal vez, el más lúcido y valiente. Junto con el francés Santiago de Liniers habían comandado la resistencia contra el invasor inglés. Pero más tarde, en enero de 1809, anticipando eventuales movimientos contra el pacto colonial, se había levantado en armas contra el propio Liniers, a quien consideraba napoleónico y antiespañol. "El Vasco", tal como lo llamaban sus amigos, tenía lacayos, dinero y propia tropa como para intentar un golpe de Estado. Pero fue vencido.

Cornelio Saavedra, quien un año después presidiría la Junta revolucionaria de Mayo, enfrentó a Alzaga poniéndose al mando del Regimiento de Patricios y de los criollos que ya no querían ni ver a los peninsulares. Lo capturó y lo envió a la cárcel de Carmen de Patagones. Pero Alzaga, que tenía amigos poderosos en las esferas tribunalicias virreinales, fue absuelto y liberado con sus cómplices, los españoles Miguel de Ezquiaga y Felipe Sentenach.

 

El general Cornelio Judas Tadeo de Saavedra y Rodríguez (1759-1829 )
militar y político rioplatense protagonista de relieve en la Revolución de Mayo, primer paso de la independencia argentina.

Rápidamente volvió a conspirar tras la Revolución de Mayo. Fue el financista de la contrarrevolución, junto con los peninsulares y el superior de la orden de los católicos betlemitas, Fray José de las Animas. Alzaga apostaba al todo o nada, a la victoria de los ejércitos realistas, a los que destinaba información, logística y dinero.

Volvieron a capturarlo y esta vez no tuvieron piedad.

Alzaga y el Grupo Peninsular se enfrentaron con dos enemigos esenciales: los criollos y los ingleses. Esa fue la nueva conjunción, la red de los nuevos intereses creados para el financiamiento de los agitados días de mayo de 1810 y de la guerra revolucionaria posterior. La debacle del paradigma imperial español, atacado en su corazón metropolitano por los ejércitos napoleónicos, se conjugó con los inmensos apetitos comerciales sajones y —a la vez— con el ansia libertaria de los nativos. Tras las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 se produjo un creciente contrabando de productos de manufactura británica y un simétrico descenso de los ingresos fis cales y aduaneros. Faltaba dinero y las transacciones comerciales se realizaban con bonos, letras de tesorería y vales varios con los que el quebrado Estado virreinal les pagaba a sus proveedores. Los ingresos aduaneros entre 1810 y 1820 fueron, en moneda constante, un 47 por ciento más bajos que los ingresos por la misma vía entre 1800 y 1810. Según una investigación del historiador Samuel Amaral, en 1810 los ingresos estatales fueron de 2.491 millones de pesos, y los gastos, de 3.036 millones. La brecha deficitaria se cubría con la emisión de deuda pública bajo la reiterada fórmula de los bonos.

Sin dinero, el Estado debía financiar una guerra. Como sugiere Tulio Halperín Donghi, los cuerpos militares, sobre todo los de artillería, infantería montada y caballería, se crean por iniciativa de personas privadas como, por ejemplo, Juan Martín de Pueyrredón, fundador, precisamente, de los Húsares de Pueyrredon y de larga trayectoria posterior en las batallas revolucionarias, o Juan José Terrada, masón, anglófilo e integrante activo de la Logia Lautaro, de la que formaría parte también José de San Martín. La perspectiva de la supuesta prosperidad que traería el libre comercio (en detrimento del pacto colonial que obligaba a los vínculos monopólicos con España) parece haber incentivado la inversión de algunos prósperos hombres de negocios en la organización de regimientos varios. Invirtieron en el ejército, comprando armas y pagando sueldos a los oficiales, en función de un nuevo orden económico.

Pueyrredón, como cuenta Rodolfo Terragno en su Maitland y San Martín, tenía un vínculo cercano y activo con James Parossien, un británico que había llegado al Río de la Plata en 1807 durante las Invasiones Inglesas. Juntos emprendieron una larga marcha en busca de dinero fuerte. Atravesaron la Puna y las montañas (con el ejército criollo cubriendo las espaldas) hasta llegar a Potosí, donde funcionaba la Casa de Moneda virreinal. Allí se alzaron con 44 alforjas llenas de plata, que eran los últimos restos del Tesoro de la colonia. Más tarde, en 1810, Pueyrredón levantó una fábrica de pólvora en Córdoba y en 1812 nombró a Parossien como director. En abril de 1815 esa fábrica explotó y Parossien regresó a Buenos Aires para unirse luego al Ejército de los Andes, donde fue uno de los más estrechos colaboradores de San Martín, quien lo nombró consejero de Estado y brigadier general de Perú en 1821. A la vez, una colosal confiscación de los bienes del Grupo Peninsular en su conjunto habría de beneficiar a los primeros "filántropos" de las nacientes milicias coloniales.


James Paroissien, citado en América del Sur como Diego Paroissien (1781 – 1827), médico inglés que tuvo actuación en el proceso de la Independencia de la Argentina, de Chile y del Perú.

  

 Según el investigador Hugo Raúl Galmarini, "durante los años de mayor incertidumbre bélica (...) se concentró la presión fiscal en la disposición de bienes de la propiedad enemiga (...) que rindió, entre 1811 y 1815, 1.270.368,3 pesos..." Pero algunos lograron eludir las confiscaciones. Como recuerda el propio Galmarini, se dispensó un trato más benévolo a José A. Martínez de Hoz, a quien se le concedió una moratoria. Sobre los 38.617 pesos que debía al Fisco, se diseñó un plan de pagos diferidos, debiendo abonar 8.000 pesos al contado y 3.000 por mes por el resto. El servicio fue justificado porque las autoridades consideraron a Martínez de Hoz "Hermano Mayor de la Caridad".


Pese a algunas dádivas excepcionales, el Grupo Peninsular fue desplazado por lo que podría denominarse el Grupo Sajón. Ex invasores de 1806 o 1807 que se quedaron en el Plata y otros mercaderes o aventureros de distinta laya se capitalizaron raudamente tras la Revolución de Mayo.

Durante 1810 y 1811 el principal proveedor de armas fue Inglaterra, y desde l811 en adelante pasó a ser Estados Unidos. ¿Cómo se pagó la guerra? Abriendo los mercados criollos a los unos y a los otros.

La azarosa vida del norteamericano David de Forest es un ejemplo interesante. Audaz, viajero impenitente, traficante de esclavos, había navegado desde China hasta Cabo Verde y desde allí hasta la Patagonia buscando negocios.

Nombrado cónsul norteamericano en Buenos Aires, ofició como consignatario de mercadería del norte en este país y operó contra los españoles hasta que el virrey Cisneros lo deportó. Volvió a Buenos Aires en 1812, y en 1813 su amigo Juan Larrea lo acercó al corazón del poder durante la época del Directorio encabezado por Gervasio Antonio Posadas. Su tarea, entre otras, era confiscar mercancía del grupo hispano peninsular. De lo confiscado recibía una comisión del 2,5%. Con eso financiaba las tropelías de corsarios ingleses que asaltaban otras embarcaciones. Los navíos británicos o norteamericanos cambiaron sus nombres sajones por otros criollos, como "El Tucumán", "El Mangoré", "El Congreso" o "El Túpac Amaru". Lo capturado era comercializado y De Forest se quedaba con un 10 por ciento, y con parte de esa cifra financiaba a la vez la formación de una escuadra naval de guerra del Río de la Plata.

Los negocios y la guerra se articulaban para expandir los negocios anglonorteamericanos en el Plata. Ya en 1818 operaban en Buenos Aires 55 firmas mercantiles británicas. Como apunta Galmarini, la ruta Cádiz-Buenos Aires había sido sustituida por la ruta Liverpool-Buenos Aires.

Sin embargo, otra ruta esencial no fue reemplazada jamás. Aquella que vuelve sobre sí misma, reiterando el cauce del tiempo. Aquella que repite una y otra vez las mismas travesías argentinas. Aquella ruta circular que enrosca el sendero del tiempo. Como si fuera una serpiente que se muerde la cola. Una serpiente que hipnotiza como el pasado que vuelve. (Edición 20/05/2002)

 INVESTIGACION: Laura Vilariño y Paola Aguilar.


El naufragio de Colón. Una historia que se repite

Por Javier Noriega

 Cristobal Colón o Christophorus Columbus (1451-1506)
navegante, cartógrafo, almirante, virrey y gobernador general de las Indias al servicio de la Corona de Castilla, famoso por haber realizado el descubrimiento de América, el 12 de octubre de 1492, al llegar a la isla de Guanahani, actualmente en Las Bahamas.


 “Poco me han aprovechado veinte años de servicio que he servido con tantos trabajos y peligros, que hoy en día no tengo en Castilla una teja; si quiero comer o dormir no tengo, salvo el mesón o taberna, y las más de las veces falta para pagar. Yo no vine este viaje a navegar por ganar honra y hacienda; esto es cierto, porque estaba ya la esperanza de todo en ella muerta”.Carta del último y cuarto viaje de Colón a las Américas. 
Fue una voz en el desierto. Isaac Peral se instaló, en 1894, en un hotelito de la calle Serrano, en Madrid, y se dedicó a ganarse la vida modestamente como técnico electricista. Enfermo de cáncer, viajó a Berlín para someterse a una operación. Murió sólo y con deudas. Su pobre viuda quedaría con problemas económicos. Al poco de morir se le consideró en todas partes como un genio sin igual, un modelo a seguir. Del manto general del olvido con el que fue tratado, contribuyó a que acabara en la tumba siendo todavía joven. Lejos quedaba su medalla al mérito naval y la multitud de sobresalientes logros de su carrera. El submarino Peral. Otro de los grandes descubrimientos del mundo quedó olvidado, sin sus baterías, sin sus motores, sin su tubo lanzatorpedos, como un cascarón vacío, perdido en un rincón del gaditano arsenal de la Carraca. 
“La muerte verdadera es el olvido, porque si hay algo que conservamos y atesoramos son nuestros recuerdos. Toda la sustancia de nuestra vida está en ellos. Dejar de recordar es una disminución de nuestra personalidad. De nuestra historia”
Gerald Brenan

 Colón consultando mapas en su soledad. Grabado del Italiano Galle. Colón solía hacer anotaciones en los libros que leía. Pensamientos. Oro. Especias e incluso emfermedades.


Trabajando con los documentos de la carta Universal de Diego Ribero  y con los documentos de Diego Hurtado de Mendoza,  topé con algunas cartas interesantes de Colón, que merece la pena traer brevemente a espejo de navegantes. Si desconocemos en que condiciones murió el descubridor y explorador más conocido del mundo, llama la atención el trato recibido por la historia y sus actores. También el de su olvido. Como el que ocurrió con Isaac Peral. Que país este que trata en ocasiones así a sus mejores e inspirados prohombres. Curiosos paralelos.
Nuevos contornos. Nuevas tierras. Nuevos horizontes para el mundo entero de sus naciones conocidas. Ese fue el significado de Cristobal Colón para la historia, por muchos que se empeñasen a lo largo de la historia en difuminarlo. Dio a conocer unas tierras hasta entonces ignotas. Navegó entre huracanes, y viéndose morir, lanzó al mar una carta en un barril encerado, con el objetivo de que los reyes Católicos, sus grandes valedores, supieran que había cumplido su misión. Su promesa. Era tan grande su empeño, que junto a su fe, navegó por mares de altura con una sola fijación. Sin conocer los límites de aquellos mares. Sin temor a dicha aventura. Padeció enfermedades y sufrió los motines de los descontentos, que intentaron su muerte en varias ocasiones. Durante un año fue naufragó en la isla de Jamaica. Traficó como mercader, actuó como corsario y como gran almirante del mar Océano.Nunca desmayó en su afán por conocer. Se equivocó en muchas ocasiones. Pero atinó en la mayoría. Esta es la historia de un marino de la segunda mitad del siglo XV.

 Mapa de la Española atribuido a Colón en su diario de a bordo. Colón escribió en él, la palabra CIVAO (a la derecha del boceto). Pensaba que había llegado a Cipango.



A los pocos días de llegar de su último viaje, llegando a  Sevilla, tras todo lo vivido por el descubridor, tocaba repensar su vida y su futuro más inmediato. Era cuestión de supervivencia. Al poco de pisar la tierra firme de España, moría Doña Isabel. Su gran valedora. ¿Podría volver a navegar?.Era su pregunta. Y es que en su foro interno sabía que sería difícil conseguir construir su anhelada expedición. Sus expediciones, a pesar de su fama, necesitaban de financiación, que hasta ahora habían soportado la corona. E Isabel ya no estaba en este mundo. A pesar de los servicios prestados, ni una teja. ni una lumbre, como decía.  El hombre que descubrió América para la posteridad; llegaba a España, enfermo, cargado de deudas y desprestigiado. “Entre la taberna y el mesón, decía Colón. Y las más veces falta dinero para pagar”. En el caso de Peral, era el hotelito modesto y olvidado de Serrano. La misma historia. A ambos simplemente les separaba el paso del tiempo. Casi cinco siglos para ser más exacto. Pero se les pagaba con la misma moneda. Ambos fueron dos hombres preclaros para su tiempo.
El 20 de Mayo de 1506 moría finalmente Colón en Valladolid, ciudad a la que había acudido con la esperanza de mantener una entrevista personal con el rey Don Fernando para solucionar su situación. Su muerte pasó completamente inadvertida a sus contemporáneos y nada dicen los documentos coetáneos acerca de la casa en la que falleció.Una leyenda, dispone el lugar en el que su cuerpo y su mente dejó de imaginar maravillas, en una anónima casa de la calle Ancha de la Magdalena. En 1866, se dispuso en el dintel de la casa una simple inscripción, sobria. “Aquí murió Colón”. Gloria al genio.Y tuvieron que encargarse de su cuerpo la familia. Nada de funeral de Estado, ni de gloria al genio. La familia eligió un funeral en la intimidad, como se diría hoy. Eligieron como lugar de sepultura del almirante la iglesia vieja de siempre, la de San Francisco de Valladolid. Se celebraron los servicios religiosos y los funerales en la iglesia de Santa María de la antigua. Allí estuvo depositado el “almirante viejo”, al que ya llamaban apenas abrir la puerta de los campos Elíseos. Hasta que comenzaría su periplo de ida y de vuelta. Como siempre parece que hizo en la vida, estar de ida y de vuelta. De ahí, que nunca tuviera ni una sencilla teja.Un lugar en el que “caer muerto”, como se solía decir en esa España quevediana… Y pasaron los años, y así el 11 de Abril de 1509 se tocaban las puertas del monasterio Cartujo. Lo hacía Don Juan Antonio Colombo, el sobrino de Don Cristobal, dejando bien claro que el contenido de aquella caja “era el cuerpo del señor almirante Don Cristobal Colón”. Ni conocemos cómo fue efectuada la exhumación del cadáver del convento de Valladolid. Tampoco el protocolo de la Cartuja de las Cuevas, que era un lugar religioso, que a su vez hacía de caja de depósitos.

 Desde Sevilla , el 4 de Enero de 1505…Entre otras cuestiones, la defensa de sus privilegios, su preocupación por cobrar los gastos de su último viaje al nuevo mundo…



De Sevilla a Santo Domingo
Colón nunca dijo donde querían que reposaran sus restos…no pensó en algo que los mortales nunca piensan. Tuvieron que pasar unos veinte años, para que su hijo muriera. Con el tiempo, Doña María de Toledo, y sin que sepamos porque de nuevo, trasladaría ambos cadáveres a Santo Domingo. Corría el año de 1544 y tampoco tenemos un documento, ni ninguna anotación notarial que nos relatase aquel embarque, de aquella mujer en el momento de embarcar con los cuerpos de su querido marido y padre.
Seguimos navegando. De Santo Domingo a la Habana
Y así, bajo el cielo y el sol de Santo Domingo, los restos de Don Cristobal y de su hijo Diego, junto a los de otros miembros de la familia, que se fueron sepultando sucesivamente, permaneciendo en la catedral hasta el 21 de Noviembre de 1795, fecha en la que la decadencia del Imperio Español tocaba fondo. Por el Tratado de Basilea, España perdía la soberanía de la costa oriental de Santo Domingo. Por eso tocaba retirada de nuevo de sus huesos. De nuevo otro periplo. Parecía ser el sino de Colón. Seguir navegando.
Finalmente de la Habana a Sevilla
En la catedral reposó el cuerpo del almirante hasta 1898. Año de la crisis mas conocida de la España de Ultramar. Tras la pérdida de Cuba, el gobierno Español decidió repratriar los restos de su explorador, finalmente a la sede hispalense. Y hasta aquí. Cinco siglos de periplo.

 Tumba de Colón en la actualidad en la catedral de Sevilla.


    A finales de agosto o primeros de Septiembre de 1501, Colón escribía a la reina. La única que dirigió a Doña Isabel. La cuestión estaba clara. El almirante se sentía enfermo y olvidado por todos. En su texto, el descubridor hacía un repaso a su trayectoria vital, justificando su honor. Por supuesto, haciendo hincapie en el descubrimiento de las Indias, cuyo negocio él veía muy grande. Y muy importante… Nunca sabría cuanto de grande. Y cuanto de importante. A día de hoy, parece que por fin en el capitolio, un horizonte lejano, pero tierra firme del continente, se mostrará el retrato de otro Español. De un malagueño para más señas. Bernardo de Gálvez. Por sus méritos. Pero fue cuestión de siglos atrás cuando Colón descubrió el nuevo mundo. Una de las mayores gestas que pasarían a la historia. A pesar de que nunca se le reconoció debidamente. Cosas de nuestra historia. Habrá que hacer buenas las palabras, entre otras por sabio, de otra gran leyenda Española. La de Santiago Ramón y Cajal. Decía algo así como. “La Gloria, en verdad, no es otra cosa que un olvido aplazado”.


"Seguimos viviendo en la Edad Media", dice Jacques Le Goff

 Fue una etapa brillante, dice el historiador

 Por Luisa Corradini

PARIS.- Discípulos y colegas llaman al francés Jacques Le Goff "el ogro historiador". Es una referencia al desaparecido Marc Bloch, cofundador de l'Ecole des Annales, quien afirmaba que un buen historiador "se parece al ogro de la leyenda: allí donde huele carne humana, sabe que está su presa".
De un ogro, Jacques Le Goff tiene la estatura y el apetito. También tiene una insaciable curiosidad que lo llevó a transformarse en una referencia mundial sobre la historia de la Edad Media, período al cual el hombre contemporáneo le debe muchas de sus conquistas, dice.
A los 82 años, Jacques Le Goff sigue trabajando, a pesar de la profunda tristeza que le provocó la reciente muerte de su esposa -después de casi 60 años de vida en común- y de una caída que desde 2003 lo mantiene recluido en su departamento de París.
Con cualquiera de sus libros -tantos que podrían formar una biblioteca- todo lector se siente inteligente y erudito.
Aún más que sus condiscípulos George Duby, Emmanuel Le Roy Ladurie y François Furet, Le Goff recurrió a todas las disciplinas para estudiar la vida cotidiana, las mentalidades y los sueños de la Edad Media: antropología, etnología, arqueología, psicología? Sus obras mezclan conocimiento y perspectivas. Con ellas es posible introducirse en un medioevo fascinante, donde se estudiaba y se enseñaba a Aristóteles, Averroes y Avicenas, las ciudades comenzaban a forjarse una idea de la belleza y los burgueses financiaban catedrales que inspirarían a Gropius, Gaudi y Niemeyer. En esa Edad Media masculina, la mujer era respetada, las prostitutas, bien tratadas y hasta desposadas, y solía suceder que las jovencitas aprendieran a leer y a escribir. 


-Los historiadores no consiguen ponerse de acuerdo sobre la cronología de la Edad Media. ¿Cuál es la correcta, a su juicio?
-Es verdad que no todos los historiadores coinciden en esa cronología. Para mí, la primera de sus etapas comienza en el siglo IV y termina en el VIII. Es el período de las invasiones, de la instalación de los bárbaros en el antiguo imperio romano occidental y de la expansión del cristianismo. Déjeme subrayar que Europa debe su cultura a la Iglesia. Sobre todo, a San Jerónimo, cuya traducción latina de la Biblia se impuso durante todo el medioevo, y a San Agustín, el más grande de los profesores de la época. 

-Usted, gran anticlerical, jamás deja de destacar el papel de la Iglesia en los mayores logros de la Edad Media.
-¡Pero no es necesario ser un ferviente creyente para hablar bien de la Iglesia! También soy un convencido partidario del laicismo: principio admirable, establecido por el mismo Jesús cuando dijo: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero, volviendo a la cronología, la segunda etapa está delimitada por el período carolingio, del siglo VIII al X. 

-El imperio de Carlomagno fue, para muchos, el primer intento verdadero de construcción europea?
-Falso. En realidad se trató del primer intento abortado de construcción europea. Un intento pervertido por la visión "nacionalista" de Carlomagno y su patriotismo franco. En vez de mirar al futuro, Carlomagno miraba hacia atrás, hacia el imperio romano. La Europa de Carlos V, de Napoleón y de Hitler fueron también proyectos antieuropeos. Ninguno de ellos buscaba la unidad continental en la diversidad. Todos perseguían un sueño imperial. 



-Usted escribió que a partir del año 1000 apareció una Europa soñada y potencial, en la cual el mundo monástico tendría un papel social y cultural fundamental.
-Así es. Una nueva Europa llena de promesas, con la entrada del mundo eslavo en la cristiandad y la recuperación de la península hispánica, que estaba en manos de los musulmanes. Al desarrollo económico, factor de progreso, se asoció una intensa energía colectiva, religiosa y psicológica, así como un importante movimiento de paz promovido por la Iglesia. El mundo feudal occidental se puso en marcha entre los siglos XI y XII. Esa fue la Europa de la tierra, de la agricultura y de los campesinos. La vida se organizaba entre la señoría, el pueblo y la parroquia. Pero también entraron en escena las órdenes religiosas militares, debido a las Cruzadas y a las peregrinaciones que transformarían la imagen de la cristiandad. Entre los siglos XIII y XV, fue el turno de una Europa suntuosa de las universidades y las catedrales góticas. 

-En todo caso, para usted, la Edad Media fue todo lo contrario del oscurantismo.
-Aquellos que hablan de oscurantismo no han comprendido nada. Esa es una idea falsa, legado del Siglo de las Luces y de los románticos. La era moderna nació en el medioevo. El combate por la laicidad del siglo XIX contribuyó a legitimar la idea de que la Edad Media, profundamente religiosa, era oscurantista. La verdad es que la Edad Media fue una época de fe, apasionada por la búsqueda de la razón. A ella le debemos el Estado, la nación, la ciudad, la universidad, los derechos del individuo, la emancipación de la mujer, la conciencia, la organización de la guerra, el molino, la máquina, la brújula, la hora, el libro, el purgatorio, la confesión, el tenedor, las sábanas y hasta la Revolución Francesa. 


 -Pero la Revolución Francesa fue en 1789. ¿No se considera que la Edad Media terminó con la llegada del Renacimiento, en el siglo XV?
-Para comprender verdaderamente el pasado, es necesario tener en cuenta que los hechos son sólo la espuma de la historia. Lo importante son los procesos subyacentes. Para mí, el humanismo no esperó la llegada del Renacimiento: ya existía en la Edad Media. Como existían también los principios que generaron la Revolución Francesa. Y hasta la Revolución Industrial. La verdad es que nuestras sociedades hiperdesarrolladas siguen estando profundamente influidas por estructuras nacidas en el medioevo.
 
-¿Por ejemplo? 
-Tomemos el ejemplo de la conciencia. En 1215, el IV Concilio de Latran tomó decisiones que marcaron para siempre la evolución de nuestras sociedades. Entre ellas, instituyó la confesión obligatoria. Lo que después se llamó "examen de conciencia" contribuyó a liberar la palabra, pero también la ficción. Hasta ese momento, los parroquianos se reunían y confesaban públicamente que habían robado, matado o engañado a su mujer. Ahora se trataba de contar su vida espiritual, en secreto, a un sacerdote. Tanto para mí como para el filósofo Michel Foucault, ese momento fue esencial para el desarrollo de la introspección, que es una característica de la sociedad occidental. No hace falta que le haga notar que bastaría con hacer girar un confesionario para que se transformara en el diván de un psicoanalista.



-Usted habla de emancipación de la mujer en la Edad Media. ¿Pero aquella no fue una época de profunda misoginia?
-Eso dicen y, naturalmente, hay que poner las cosas en perspectiva. Yo sostengo, sin embargo, que se trató de una época de promoción de la mujer. Un ejemplo bastaría: el culto a la Virgen María. ¿Qué es lo que el cristianismo medieval inventó, entre otras cosas? La Santísima Trinidad, que, como los Tres Mosqueteros, eran, en realidad, cuatro: Dios, Jesús, el Espíritu Santo y María, madre de Dios. Convengamos en que no se puede pedir mucho más a una religión que fue capaz de dar estatus divino a una mujer. Pero también está el matrimonio: en 1215, la Iglesia exigió el consentimiento de la mujer, así como el del hombre, para unirlos en matrimonio. El hombre medieval no era tan misógino como se pretende.

-La invención del purgatorio, a mediados del siglo XII, parece haber sido también uno de los momentos clave para el desarrollo de nuestras sociedades actuales.
-Así es. Curiosamente, lo que comenzó como un intento suplementario de control por parte de la Iglesia, concluyó permitiendo el desarrollo de la economía occidental tal como la practicamos en nuestros días.
 
-¿Cómo es eso?
-La invención del purgatorio se produjo en el momento de transición entre una Edad Media relativamente libre y un medioevo extremadamente rígido. En el siglo XII comenzó a instalarse la noción de cristiandad, que permitiría avanzar, pero también excluir y perseguir: a los herejes, los judíos, los homosexuales, los leprosos, los locos... Pero, como siempre sucedió en la Edad Media, cada vez que se hacían sentir las rigideces de la época los hombres conseguían inventar la forma de atenuarlas. Así, la invención de un espacio intermedio entre el cielo y el infierno, entre la condena eterna y la salvación, permitió a Occidente salir del maniqueísmo del bien y del mal absolutos. Podríamos decir también que, inventando el purgatorio, los hombres medievales se apoderaron del más allá, que hasta entonces estaba exclusivamente en manos de Dios. Ahora era la Iglesia la que decía qué categorías de pecadores podrían pagar sus culpas en ese espacio intermedio y lograr la salvación. Una toma de poder que, por ejemplo, permitiría a los usureros escapar al infierno y hacer avanzar la economía. También serían salvados de este modo los fornicadores.



-Pero hasta la aparición del sistema bancario reglamentado, en el siglo XVIII, tanto la Iglesia como las monarquías sobrevivieron gracias a los usureros. ¿Por qué condenarlos al infierno?
-Porque así lo establecían las escrituras, como en la mayoría de las religiones. En el universo cristiano medieval, la usura era un doble robo: contra el prójimo, a quien el usurero despojaba de parte de su bien, pero, sobre todo, contra Dios, porque el interés de un préstamo sólo es posible a través del tiempo. Y como el tiempo en el medioevo sólo pertenecía a Dios, comprar tiempo era robarle a Dios. Sin embargo, el usurero fue indispensable a partir del siglo XI, con el renacimiento de la economía monetaria. La sed de dinero era tan grande que hubo que recurrir a los prestamistas. Entonces la escolástica logró hallarles justificaciones. Surgió así el concepto de mecenas. También se aceptó que prestar dinero era un riesgo y que era normal que engendrara un beneficio. En todo caso, y sólo para los prestamistas considerados "de buena fe", el purgatorio resultó un buen negocio.

-La Edad Media también inventó el concepto de guerra justa, vigente hasta nuestros días, como lo demostraron los debates en la ONU sobre la guerra en Irak. Curioso, ya que el cristianismo es portador de un ideal de paz. Hasta se podría decir que es antimilitarista.
-Es verdad. Ordenándole a Pedro que enfundara su espada, Cristo dijo: "Quien a hierro mate, a hierro morirá". Los primeros grandes teóricos cristianos latinos eran pacifistas. Pero todo cambió a partir del siglo IV, cuando el cristianismo se transformó en religión de Estado.

-En otras palabras, los cristianos se vieron obligados a cristianizar la guerra.
-En esa tarea tendrá un papel fundamental San Agustín, el gran pedagogo cristiano. Para él, la guerra es una consecuencia del pecado original. Como éste existirá hasta el fin de los tiempos, la guerra también existirá por siempre. San Agustín propuso, entonces, imponer límites a esa guerra. En vez de erradicarla, decidió confinarla, someterla a reglas. La primera de esas reglas es que sólo es legítima la guerra declarada por una persona autorizada por Dios. En la Edad Media, era el príncipe. Hoy es el Estado, el poder público. La segunda regla es que una guerra es justa sólo cuando no persigue la conquista. En otras palabras: las armas sólo se toman en defensa propia o para reparar una injusticia. Esas reglas siguen perfectamente vigentes en nuestros días.



-¿Se podría decir que el hombre medieval trataba de preservar la cristiandad de todo aquello que amenazaba su equilibrio?
-Constantemente. Déjeme evocar como ejemplo el que para mí fue el aspecto más negativo de la época: la condena absoluta del placer sexual, simbolizado por el llamado "pecado de la carne". La alta Edad Media asumió las prohibiciones del Antiguo Testamento. Desde entonces, el cuerpo fue diabolizado, a pesar de algunas excepciones, como Santo Tomás de Aquino, para quien era lícito el placer en el acto amoroso. Frente a la opresión moral, la sociedad medieval reaccionó con la risa, la comedia y la ironía. El universo medieval fue un mundo de música y de cantos, promovió el órgano e inventó la polifonía.

-Hace un momento hizo referencia a los fornicadores que tuvieron un lugar en el purgatorio. ¿Cómo fue esto posible en una época de tanta represión sexual?
-Hay una anécdota que ilustra perfectamente la dualidad medieval. El rey Luis IX de Francia, que después sería canonizado como San Luis, tenía una vitalidad sexual desbordante. En los períodos en que las relaciones carnales eran lícitas (fuera de las fiestas religiosas), el monarca no se contentaba con reunirse con su esposa por las noches. También lo hacía durante el día. Esto irritaba mucho a su madre, Blanca de Castilla, que en cuanto se enteraba de que su hijo estaba con la reina intentaba introducirse en la habitación para poner fin a sus efusiones. Luis IX decidió entonces poner un guardián ante su puerta, que debía prevenirlo y darle tiempo de disimular su desenfreno. Ese hombre lleno de ardor tuvo once hijos y cuando partió a la Cruzada, en 1248, llevó a su mujer, a fin de no privarse de sus placeres sexuales. ¡No imaginará usted que la Iglesia podía enviar a San Luis a arder en el fuego eterno del infierno! 


-¿También podríamos decir que la Edad Media inventó el concepto de Occidente?
-La palabra "Occidente" no me gusta. Pronunciada por los occidentales, tiene un contenido de soberbia para el resto del planeta.

-Pero entonces, ¿cómo definir, por ejemplo, a América, heredera de Europa?
-América ha dejado de ser la heredera de Europa. Lo fue hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando tanto Estados Unidos como el resto del continente dejaron de tener al hombre como centro de sus preocupaciones.

-Usted es un apasionado estudioso de la imaginación colectiva de la Edad Media. ¿Por qué eso es tan importante?
-Felizmente, las nuevas generaciones de historiadores siguen cada vez más esa tendencia. La imaginación colectiva se construye y se nutre de leyendas, de mitos. Se la podría definir como el sistema de sueños de una sociedad, de una civilización. Un sistema capaz de transformar la realidad en apasionadas imágenes mentales. Y esto es fundamental para comprender los procesos históricos. La historia se hace con hombres de carne y hueso, con sus sueños, sus creencias y sus necesidades cotidianas.



-¿Y cómo era esa imaginación medieval?
-Estaba constituida por un mundo sin fronteras entre lo real y lo fantástico, entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo terrenal y lo celestial, entre la realidad y la fantasía. Si bien los cimientos medievales de Europa subsistieron, sus héroes y leyendas fueron olvidados durante el Siglo de las Luces. El romanticismo los resucitó, cantando las leyendas doradas de la Edad Media. Hoy asistimos a un segundo renacimiento gracias a dos inventos del siglo XX: el cine y las historietas. El medioevo vuelve a estar de moda con "Harry Potter", "La guerra de las galaxias" y los videojuegos. En realidad, la Edad Media tiene una gran deuda con Hollywood. Y viceversa. Pensé alguna vez que provocaría un escándalo afirmando que el medioevo se había prolongado hasta la Revolución Industrial. La verdad es que ha llegado hasta nuestros días.

-¿Se podría decir entonces que seguimos viviendo en la Edad Media?
-Sí. Pero esto quiere decir todo lo contrario de que estamos en una época de hordas salvajes, ignorantes e incultas, sumergidos en pleno oscurantismo. Estamos en la Edad Media porque de ella heredamos la ciudad, las universidades, nuestros sistemas de pensamiento, el amor por el conocimiento y la cortesía. Aunque, pensándolo bien, esto último bien podría estar en vías de extinción.

 Jacques Le Goff

martes, 4 de febrero de 2014

Tras la Segunda Guerra Mundial, ya nada volvería a ser lo mismo

 JUAN VÁZQUEZ / madrid
Día 20/01/2014 - 17.35h
 

 Colocación de la segunda bandera norteamericana en la cumbre del monte Suribachi durante los combates en la isla de Iwo Jima

Desparecieron todos los imperios coloniales y emergieron dos superpotencias antagónicas que protagonizarían la fase definitiva del largo conflicto


Secuela directa del terrible enfrentamiento de 1914 a 1918 y del fracaso de la Conferencia de Versalles para establecer un orden mundial mas justo y más estable, la nueva contienda que se iniciaba en 1939 venía a ser una segunda parte, corregida y aumentada, de la guerra anterior y con unas consecuencias que ninguno de los contendientes pudo jamás suponer cuando comenzaron los primeros combates en las llanuras polacas. Una guerra que se inició en un mundo dividido y lo dejó más dividido todavía, aunque las coordenadas de tal división fueran otras.
El imperio colonial italiano desapareció en plena guerra, al igual que el holandés al final de la misma. Y en poco tiempo le seguirían el francés, el británico y el belga. La Conferencia de Potsdam sirvió para simular por última vez la unión de las potencias vencedoras, pero su más evidente resultado fue la erección de un Telón de Acero en la Europa central, que partía en dos al continente, y en particular a Alemania, como partida en dos quedaba Corea y pronto lo estaría Vietnam.

Parciparon 56 países

La Segunda Guerra Mundial resultó la más mortífera que el mundo ha conocido. Participaron 56 países y hubo más de 60 millones de muertos. Y si para los estados europeos supuso a la postre la ruina y el fin de sus imperios coloniales, para los Estados Unidos significó la salida definitiva de la Gran Depresión, a costa de gastar el 38% del PIB del país. Los norteamericanos mantenía en 1945 un ejército de más de 12 millones de hombres y casi tres millones de trabajadores se dedicaban a la industria militar. Enfrente, ya como antagonista, surgía la Unión Soviética, dominando media Europa, infiltrándose en los nuevos países nacidos de la etapa descolonizadora y dispuesta a disputarle a Washington el liderazgo mundial, en una tensión igual o quizá mayor que la que el mundo vivió en los prolegómenos de la anterior guerra.
De aquel mundo en ruinas surgieron los Estados Unidos y la Unión Soviética como las dos únicas superpotencias, pero lo cierto es también que la sangre soviética y la potencia industrial y económica norteamericanas resultaron los factores determinantes de la victoria aliada. A pesar de la superioridad táctica demostrada contra todos sus enemigos y mantenida a lo largo de la guerra, el Reich no podía vencer al resto del mundo y Japón, superada su ventaja inicial, no tenía en absoluto capacidad de hacer frente al gigante americano. Sin embargo, en el año 1939 la impresión generalizada era otra.

Apostando fuerte

Hitler resultó ser un jugador que apostaba fuerte y tuvo la fortuna de contar con el inicial apoyo tácito de las democracias occidentales y del incipiente complejo militar industrial estadounidense. Aunque pudieron haberlo frenado fácilmente en 1938, los líderes de las democracias occidentales no quisieron ver el peligro. Por ello, cuando el dictador nazi invadió Polonia pensaba que tal ataque obtendría una respuesta aliada similar a la ocurrida con la ocupación de Austria o de Checoslovaquia, es decir, la pasividad y la aceptación de un hecho consumado. Francia y Gran Bretaña decidieron que no podían permitir más expansionismo y actuaron en consecuencia. Era ya demasiado tarde.
La Blitzkrieg demostró todo su potencial arrollando a los polacos y, una vez corregidos los defectos iniciales, a los poderosos ejércitos anglo-franceses con la maniobra de Sedán. En diez días de mayo, la suerte de Francia estaba echada y, seis semanas después del comienzo del ataque, se firmó el armisticio. La Blitzkrieg había logrado lo que la doctrina convencional no había conseguido en la Gran Guerra. Ni en las seis semanas previstas también entonces, ni en cuatro años de feroces enfrentamientos.
El Reino Unido se encontró solo hasta que surgió la figura de Churchill, que supo galvanizar la voluntad de resistir del pueblo británico. Pero de bien poco hubiera servido si Hitler hubiera tenido una intención firme de acabar con Gran Bretaña. En realidad el Führer estaba pensando en Rusia, su auténtica obsesión en la búsqueda de un espacio vital para su imperio. Y así, el 22 de junio de 1941 comenzó la mayor operación militar de la historia, en la que tendrían lugar algunas de las mayores batallas que el mundo jamás vería. Pero las extraordinarias victorias de la Wehrmacht no fueron suficientes para vencer a la URSS. Las inmensas distancias, la complicada logística y, sobre todo, las enormes magnitudes del Ejército Rojo determinaron la derrota germana.

Un nuevo actor

El 7 de diciembre de 1941, Japón introdujo un nuevo elemento al atacar a Estados Unidos. A partir de ese momento, a medio plazo, el Eje estaba perdido, aunque, en los meses siguientes, nada parecería indicarlo. La primavera de 1942 vería una extraordinaria expansión japonesa por el Pacífico y una nueva y formidable ofensiva alemana en el sur de Rusia. Tobruk caería en poco tiempo, junto con Singapur. Gran Bretaña estaba en sus horas más bajas, pero el verano supuso un punto de inflexión. Rommel fue detenido en El Alamein, von Paulus se enfrascó en Stalingrado y Japón sufrió un duro golpe en Midway.
1943 vería el comienzo de la contraofensiva aliada en todos los frentes y, en 1944, ya todo estaba claro. Overlord, Bagration y el asalto a las Filipinas anunciarían el principio del fin de una contienda terrible. Pero, a pesar de la magnitud del drama, no todo fueron sombras. Además de un crecimiento económico sin precedentes, los desarrollos científicos en todos los niveles (aviación, informática, telecomunicaciones, medicina…) fueron extraordinarios. Y el nacimiento de la era nuclear añadió una nueva dimensión a la guerra. Una dimensión tal que la siguiente fase de la contienda hubo de reñirse de forma no convencional, a través de terceros, y en la que más que conceptos territoriales, los ideológicos, sociales y económicos serían los decisivos.
En Potsdam, sólo Churchill parecíó darse cuenta de que en ese momento más que una posguerra estaba iniciándose una nueva fase de la guerra, que no acabaría hasta finales de los años ochenta del pasado siglo con el desmoronamiento del comunismo en Europa.