JUAN VÁZQUEZ / madrid
Día 20/01/2014 - 17.35h
Colocación de la segunda bandera norteamericana en la cumbre del monte Suribachi durante los combates en la isla de Iwo Jima
Desparecieron todos los imperios coloniales y emergieron dos superpotencias antagónicas que protagonizarían la fase definitiva del largo conflicto
Secuela directa del terrible enfrentamiento de 1914 a 1918 y del fracaso de la Conferencia de Versalles para establecer un orden mundial mas justo y más estable, la nueva contienda que se iniciaba en 1939 venía a ser una segunda parte, corregida y aumentada,
de la guerra anterior y con unas consecuencias que ninguno de los
contendientes pudo jamás suponer cuando comenzaron los primeros combates
en las llanuras polacas. Una guerra que se inició en un mundo dividido y
lo dejó más dividido todavía, aunque las coordenadas de tal división
fueran otras.
El imperio colonial italiano desapareció en plena guerra,
al igual que el holandés al final de la misma. Y en poco tiempo le
seguirían el francés, el británico y el belga. La Conferencia de Potsdam sirvió para simular por última vez la unión de las potencias vencedoras, pero su más evidente resultado fue la erección de un Telón de Acero en la Europa central, que partía en dos al continente, y en particular a Alemania, como partida en dos quedaba Corea y pronto lo estaría Vietnam.
Parciparon 56 países
La Segunda Guerra Mundial resultó la más mortífera que el
mundo ha conocido. Participaron 56 países y hubo más de 60 millones de
muertos. Y si para los estados europeos supuso a la postre la ruina y el
fin de sus imperios coloniales, para los Estados Unidos significó la salida definitiva de la Gran Depresión, a costa de gastar el 38% del PIB del país. Los norteamericanos mantenía en 1945 un ejército de más de 12 millones de hombres y casi tres millones de trabajadores se dedicaban a la industria militar. Enfrente, ya como antagonista, surgía la Unión Soviética, dominando media Europa, infiltrándose en los nuevos países nacidos de la etapa descolonizadora y dispuesta a disputarle a Washington el liderazgo mundial, en una tensión igual o quizá mayor que la que el mundo vivió en los prolegómenos de la anterior guerra.
De aquel mundo en ruinas surgieron los Estados Unidos y la Unión Soviética como las dos únicas superpotencias,
pero lo cierto es también que la sangre soviética y la potencia
industrial y económica norteamericanas resultaron los factores
determinantes de la victoria aliada. A pesar de la superioridad táctica demostrada contra todos sus enemigos y mantenida a lo largo de la guerra, el Reich no podía vencer al resto del mundo y Japón,
superada su ventaja inicial, no tenía en absoluto capacidad de hacer
frente al gigante americano. Sin embargo, en el año 1939 la impresión
generalizada era otra.
Apostando fuerte
Hitler resultó
ser un jugador que apostaba fuerte y tuvo la fortuna de contar con el
inicial apoyo tácito de las democracias occidentales y del incipiente
complejo militar industrial estadounidense. Aunque pudieron haberlo
frenado fácilmente en 1938, los líderes de las democracias occidentales no quisieron ver el peligro. Por ello, cuando el dictador nazi invadió Polonia pensaba que tal ataque obtendría una respuesta aliada similar a la ocurrida con la ocupación de Austria o de Checoslovaquia, es decir, la pasividad y la aceptación de un hecho consumado. Francia y Gran Bretaña decidieron que no podían permitir más expansionismo y actuaron en consecuencia. Era ya demasiado tarde.
La Blitzkrieg
demostró todo su potencial arrollando a los polacos y, una vez
corregidos los defectos iniciales, a los poderosos ejércitos
anglo-franceses con la maniobra de Sedán. En diez días de mayo, la suerte de Francia
estaba echada y, seis semanas después del comienzo del ataque, se firmó
el armisticio. La Blitzkrieg había logrado lo que la doctrina
convencional no había conseguido en la Gran Guerra. Ni en las seis
semanas previstas también entonces, ni en cuatro años de feroces
enfrentamientos.
El Reino Unido se encontró solo hasta que surgió la figura de Churchill,
que supo galvanizar la voluntad de resistir del pueblo británico. Pero
de bien poco hubiera servido si Hitler hubiera tenido una intención
firme de acabar con Gran Bretaña. En realidad el Führer estaba pensando en Rusia, su auténtica obsesión en la búsqueda de un espacio vital para su imperio. Y así, el 22 de junio de 1941 comenzó la mayor operación militar de la historia, en la que tendrían lugar algunas de las mayores batallas que el mundo jamás vería. Pero las extraordinarias victorias de la Wehrmacht no fueron suficientes para vencer a la URSS. Las inmensas distancias, la complicada logística y, sobre todo, las enormes magnitudes del Ejército Rojo determinaron la derrota germana.
Un nuevo actor
El 7 de diciembre de 1941,
Japón introdujo un nuevo elemento al atacar a Estados Unidos. A partir
de ese momento, a medio plazo, el Eje estaba perdido, aunque, en los
meses siguientes, nada parecería indicarlo. La primavera de 1942 vería una extraordinaria expansión japonesa por el Pacífico y una nueva y formidable ofensiva alemana en el sur de Rusia. Tobruk caería en poco tiempo, junto con Singapur. Gran Bretaña estaba en sus horas más bajas, pero el verano supuso un punto de inflexión. Rommel fue detenido en El Alamein, von Paulus se enfrascó en Stalingrado y Japón sufrió un duro golpe en Midway.
1943 vería el comienzo de la contraofensiva aliada en todos los frentes y, en 1944, ya todo estaba claro. Overlord, Bagration y el asalto a las Filipinas
anunciarían el principio del fin de una contienda terrible. Pero, a
pesar de la magnitud del drama, no todo fueron sombras. Además de un
crecimiento económico sin precedentes, los desarrollos científicos en todos los niveles (aviación,
informática, telecomunicaciones, medicina…) fueron extraordinarios. Y
el nacimiento de la era nuclear añadió una nueva dimensión a la guerra.
Una dimensión tal que la siguiente fase de la contienda hubo de reñirse
de forma no convencional, a través de terceros, y en la que más que
conceptos territoriales, los ideológicos, sociales y económicos serían
los decisivos.
En Potsdam, sólo Churchill parecíó darse cuenta de que en ese momento más que una posguerra estaba iniciándose una nueva fase de la guerra, que no acabaría hasta finales de los años ochenta del pasado siglo con el desmoronamiento del comunismo en Europa.
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